66. Conversaciones nocturnas

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Después de un par de horas mirando el techo de aquella habitación, Amelia seguía sin conciliar el sueño. Habían pasado demasiadas cosas en su día y aún no las había asimilado. Por fin, había conseguido ponerle cara a esos familiares que siempre había deseado tener, y no sólo eso, sino que los había podido conocer lo suficiente como para saber que no eran como su padre. O eso creía por ahora.

Emilia era una buena persona, de eso no cabía duda. Era cariñosa, atenta y desde luego, la hacía sentir como en casa en un sentido que nunca creyó posible. Dolores... bueno, en cuanto la vio supo que aquella no iba a ser una relación de abuela-nieta muy estrecha. No quería ser prejuiciosa, pero tenía pinta de ser la típica señora mayor de pueblo con mente cerrada, así que prefería hacer oídos sordos a sus comentarios y pasárselos por alto. Para ella, esa señora, más que su abuela era simplemente la madre de su madre. Y en cuanto a Salvador, aún no sabía muy bien qué pensar. A veces le parecía serio y reticente, otras algo más receptivo y relajado, pero sin dejar ver mucho qué pasaba por su cabeza. Aun así, Amelia creía que su tío era buena persona, aunque no sabía si era verdad o sus ganas por que fuera real.

Había descubierto muchas cosas, si, sin embargo, había otras muchas que aún estaban sin resolverse y que rondaban su cabeza sin dejarle dormir. Necesitaba respuestas, pero no sabía cómo formular las preguntas así que se acumulaban en su interior.

Se giró de nuevo sobre sí misma en la cama y, en cuanto tocó sin querer el cuerpo que estaba a su lado, escuchó un leve quejido de Luisita aunque no se había despertado. Seguían tumbadas en aquella cama minúscula, pero es que ninguna quiso dormir separada de la otra. La miró y se dio cuenta por la respiración tan pesada que tenía sólo quería decir que estaba profundamente dormida y no le extrañaba. Luisita se había tirado dos semanas con la preocupación sobre la familia de Amelia y eso le había quitado también bastante sueño, así que ahora necesitaba descansar mucho y no quería ser ella la que la desvelara.

Salió de la cama con mucho cuidado para no despertar a su mujer y cogió algo de abrigo antes de salir de la habitación, porque sabía exactamente dónde necesitaba estar. Con mucho cuidado, cruzó la cara y salió por la puerta para sentarse en ese pequeño porche que daba al jardín.

Ni si quiera sabía que hora era, sólo que el silencio era absoluto, nada comparado con el ruido de la capital. Ahí se respiraba paz y se veían las estrellas con una claridad increíble, y necesitaba contagiarse un poco de aquel cielo despejado.

Se quedó unos segundos mirando a la Luna y, entonces, sonrió pensando en ella. No sabía por qué, pero la Luna siempre le recordaba a Luisita. Bueno, si sabía por qué, pero en ese momento no estaba lloviendo sin poder evocar el recuerdo concreto.

– ¿No puedes dormir?

Amelia dio un pequeño bote en el sitio antes de llevarse la mano al pecho y girarse para mirar a Emilia que estaba de pie junto a ella.

– Por Dios, que susto...

– Perdóname, no pretendía asustarte.

– No te preocupes, es que soy un poco susceptible a los sustos. – dijo con una pequeña sonrisa haciendo que Emilia también sonriera.

– Te he visto aquí y no he podido resistirme a acerarme. ¿estás bien?

– Si, sólo es que me estaba costando coger el sueño y no quería dar vueltas en la cama y molestar a Luisita.

– Creía que os habíamos dado colchones diferentes. – y en cuanto a Amelia se le cayó la sonrisa sin saber muy bien qué contestar, Emilia se echó a reír haciendo que la ojimiel se relajara instantáneamente. – Pues si no te importa te haré compañía, creo que necesitamos tener una conversación.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora