72. Lunes

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Cuando el domingo llegaron a Madrid, fueron directamente a casa de María y Marina, y en cuanto Luisita vio a su hija, volvió a echarse a llorar. No era sólo que la había echado de menos, sino que Eva le hacía ser realmente consciente de que había vuelto a casa, a su hogar. La abrazó tan fuerte que no la soltó hasta al día siguiente, literalmente.

El primer mes que Eva había llegado a su nuevo hogar, la novedad y alegría era tal que la habían dejado dormir muchas veces con ella, pero se habían dado cuenta de que eso, más que ayudarla, estaba causándole cierta dependencia, así que decidieron como norma que ya no podría dormir con sus madres. Sin embargo, esa noche fue a Luisita a la que pareció olvidársele aquella norma, porque metió a su hija en la cama abrazándola sin querer soltarla, pero ni Amelia fue capaz de negarse ni Eva de rechazar aquellos mimos. No la soltó hasta que al día siguiente en la misma puerta del colegio.

Luisita se había tirado la mañana poniéndose al día con su trabajo, y como prioridad, atendiendo el caso de Marcos. Fue a su casa porque, aunque hubieran expulsado a los compañeros que le habían pegado, él seguía recuperándose de aquella fractura de nariz.

Nada más llegar no hizo más que pedir disculpas tanto a su familia como a él, porque seguía sintiéndose responsable de lo que había pasado y les recomendó a una compañera especializada en el acoso escolar, pero Marcos no quiso aceptar aquel cambio. Puede que sus consejos esta vez no hubieran salido bien del todo, pero Luisita había sido la primera persona en la que él había confiado para abrirse y no quería perderla. Esa decisión había hecho mucho ella, ahora volvía a sentirse más segura y volvía a creer en sí misma y en su trabajo.

Cada vez tenía menos notificaciones en su teléfono sobre aquella entrevista, parecía que la gente empezaba a olvidarse. Ella sabía que pasaría en algún momento, porque así era internet, lo que hoy está en boca de todos, mañana sólo era un recuerdo y pasado ni si quiera eso, sólo era cuestión de tiempo esperar a que pasara, pero tenía que reconocer que se le había hecho demasiado largo.

Pero, por fin, todo iba volviendo a su sitio.

Era innegable que aún había una sombra de tristeza en sus rostros tras aquella visita a Zaragoza, porque Luisita aún recordaba la sensación de escuchar las palabras de Dolores, y Amelia aún sentía cómo se había escapado entre sus dedos aquella oportunidad de ampliar su familia. Pero ambas sabían que, como todo, eso también lo curaría el tiempo.

Era ya cerca de la hora de almorzar y Amelia aún se encontraba sentada en el mostrador de la librería organizando los pedidos de el mes que entraba. No podía evitar que ese humor le siguiera acompañando, aunque intentara alejarlo. No intentaba esconderlo, ya no escondía sus estados de ánimos, pero quería que volviera aquella sensación de plenitud cuando estaba segura de que los Gómez eran su única familia. Ahora, al saber que había más pero que no podrían tener relación, había provocado un pequeño vacío en su interior, como el que sentía en Barcelona y echaba tanto a los Gómez que dolía.

No era como si hubieran cortado de raíz absolutamente toda la relación con los Gascón ni borrado sus números, de hecho, habló con Emilia en cuanto volvieron a Madrid para hacerle saber que habían llegado bien, agradecerle de nuevo su hospitalidad y recordarle que sus puertas siempre estarían abiertas para ella. Por ahora, sólo para ella.

Estaba claro que la relación con Dolores se había roto para siempre, aunque tampoco le importaba, en ningún momento hubo una conexión entre ellas como para querer conservarla. Sin embargo, con Salvador... no sólo había llegado a ver en él el padre que siempre quiso, sino que también había visto la esencia de su madre, y eso era lo que había hecho que Amelia quisiera mantenerlo en su vida. Pero no a ese precio, no a costa del bienestar de Luisita, sin contar cómo podría tratar a Eva.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora