29. Siempre con la tuya

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Salieron de la librería y Luisita cogió las llaves para cerrar el local, sonriendo, porque aun no podía creerse que por fin tuviera las llaves del lugar. A pesar de haber ido temprano, la mañana se les pasó volando a ambas imaginando las miles de combinaciones de diseño y aunque ninguna era experta, coincidían bastante en gustos. Por eso, cuando miraron el reloj, ya era casi la hora de comer, y como cada domingo, ambas sabían perfectamente donde deberían estar.

Ahora ambas caminaban por la plaza de los frutos hablando de aquel espacio donde montar un pequeño escenario y lo mucho que se alegrarían los compañeros de Amelia de poder contribuir en un proyecto así, y la ojimiel no pudo evitar ver como aquellos ojos marrones brillaban como hacía años que no lo hacían, y no porque ella hubiera estado aquí para poder ser testigo de eso, pero lo sabía, lo leía en su mirada, Luisita no había estado tan ilusionada por nada en muchísimo tiempo.

-Bueno, ¿y cómo se llama? – Luisita la miró extrañada mientras abría la puerta del portal de la casa de sus padres, y ante el interrogante de su expresión, Amelia se aclaró. – La librería, digo.

-Pues yo que sé, Amelia, si no la tenemos ni hace veinticuatro horas.

-Ya bueno, pero tú llevas muchísimo tiempo con este proyecto, ¿de verdad me vas a decir que no has pensado en un nombre?

Luisita le dio al botón del ascensor para llamarlo mientras seguía pensativa.

- Pues no, la verdad es que nunca creí que lo conseguiría así que...

Amelia le dedicó una pequeña sonrisa dulce al pensar en tantas mañanas que la rubia se habría tirado frente aquel escaparate siendo consciente de que estaba soñando con un imposible.

-Bueno, pues entonces ya tenemos por donde empezar. – dijo mientras entraba tras Luisita en el ascensor.

Iba tan centrada en la conversación con Luisita que no fue consciente de donde estaba hasta que la puerta metálica hizo un ruido cuando se cerró definitivamente. Era cierto que el problema de Amelia eran los pestillos y las cerraduras y no los espacios pequeños en sí, pero desde que una vez tuvo un ataque de pánico en un ascensor, no había vuelto a subirse en uno. Pero ahí estaba aquella sensación de que las paredes se les echaban encima y el aire le faltaba, y lo último empezó a ser cierto, porque notó como cada vez le costaba más y más respirar. Cerró los ojos, intentando controlar su respiración, como a veces había conseguido que funcionase. Intentaba centrarse, pero la necesidad de golpear la puerta hasta abrirla estaba siendo demasiado fuerte, pero entonces, sintió unas manos sobre sus hombros, como si ese contacto se hubiera llevado parte de aquella pesadez que la había empezado a aplastar. Le daba miedo abrir los ojos, pero lo hizo, porque sabía que la mirada que se encontraría haría que aquella sensación se largara.

Y ahí estaba Luisita, sonriéndole con ternura, disipando sus fantasmas.

- En unos segundos, esa puerta se abrirá, ¿de acuerdo? No estás atrapada, y yo estoy aquí, así que respira porque en nada saldremos.

Amelia asintió y poco a poco, sintió como su respiración volvía a su ritmo normal, haciendo que la sonrisa de la rubia se ampliara. ¿Cómo podía seguir conociéndola tan bien? ¿Cómo sabía exactamente qué botón tocar para tranquilizarla ni cuando incluso ella misma lo sabía? Los Gómez vivían en un tercero, así que, tal y como Luisita había dicho, esa puerta se abrió y Amelia soltó un suspiro dejando salir aquella ansiedad.

- Gracias. – murmuró algo avergonzada por su comportamiento.

La rubia asintió aún con aquella sonrisa en la cara y retiró las manos de sus hombros para darse la vuelta y caminar hasta la puerta de la casa de sus padres. A pesar de la sonrisa que aún llevaba, en su pecho se había instalado una especie de culpabilidad. Ni si quiera había pensado en Amelia cuando entró en el ascensor. Por supuesto que una persona claustrofóbica reaccionaría así, incluso solo por tres plantas, y no sólo se sintió culpable por no haberlo pensado, sino también por lo mucho que la juzgó cuando se enteró de su fobia. Lo vio en sus ojos aquel primer día que lo descubrió, cuando entró en el baño mientras Amelia se duchaba, pero ahora... ahora no cabía duda de que aquel temor se lo había creado Tomás, y no se podía ni imaginar la magnitud de su daño para que Amelia reaccionara así solo por subirse en un ascensor.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora