45. Pasado, presente y futuro

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Había conseguido escaparse pronto del teatro para llegar a casa y dormir un poco antes de salir aquella noche. Tenía muchísimas ganas por varios motivos. Le ilusionaba volver a quedar con su grupo de amigas, porque desde que había vuelto había visto alguna que otra vez a Natalia y a Lourdes y Cris cuando podían, pero las cuatro hacía mucho que no lo hacían y Amelia ya aprendió hace tiempo lo bien que le sentaba al alma unas risas entre amigas. Pero, sin duda, también le gustaba que de forma muy sutil había convencido a Lourdes para que al final de la noche se juntaran con el grupito de su hermano y claro, de paso aprovechar y ver a aquella rubia de ojos marrones que la tenía loca.

Llegó a casa sabiendo que no habría nadie allí y el silencio que encontró se lo confirmó, y por eso se sorprendió tanto al pasar frente a la habitación de Luisita y ver a través de la puerta entre abierta que estaba dentro, aunque era evidente que la rubia no se había dado cuenta de la presencia de su novia.

Luisita estaba mirándose al espejo de pie casi desnuda, únicamente en un conjunto de ropa interior negro de encaje que Amelia sabía que se había comprado hacía poco. Era increíble cómo con sólo esa imagen, el cuerpo de la ojimiel se erizaba completamente, sim embargo, algo hizo que aquella sensación se cortara. Y es que al mirarle a la cara, pudo ver cómo Luisita observaba su cuerpo con el ceño fruncido. La conocía demasiado bien como para saber lo que estaba pasando por esa cabeza, y al igual que la rubia había hecho con ella, no la iba a dejar sola frente a sus fantasmas.

Se acercó a ella por la espalda haciendo algo de ruido para que Luisita no se asustara cuando la viera, y cuando llegó junto a ella, la abrazó por detrás, mirándola a través del espejo, siguiendo el recorrido que sus ojos marrones estaban haciendo.

– He engordado. – Amelia calló y al saber que podía parecer una obsesiva, se justificó. – No es una opinión, me he pesado. Últimamente estoy tan distraída que ni si quiera me he dado cuenta de lo mucho que no he estado controlando las comidas.

Amelia tenía sus manos posadas en el estómago de la rubia, y empezó a acariciarla, estudiándola con su tacto.

– Has engordado.

– ¡Oye!

Molesta, quiso zafarse del abrazo, pero Amelia se rio y no la dejó huir, aunque la rubia tampoco le estaba poniendo mucho empeño en librarse.

– Es verdad, desde que vine has ganado peso, pero sigues estando más delgada de como te recordaba. Cuando te vi por primera vez frente a la librería tenías un aspecto realmente preocupante, pero ahora estás mejor, y no me refiero a estéticamente. Desde que no estás con Bea estás mejor anímicamente, y eso también se ve en tu físico.

– Creo que tienes razón, porque ahora me siento tan bien que se me olvida. Ya no me paso el día entero preocupada por el peso ni cuánto habré engordado después de cada comida.

Luisita pudo sentir como Amelia suspiraba aliviada a sus espaldas y hasta ese momento no se había dado cuenta de que aquello también afectaba a la ojimiel, y como si se leyeran la mente, ambas apretaron el abrazo a la vez.

– No sabes cuanto me alegro de escucharlo, pitufa. – dijo dejándole un beso en la mejilla, haciéndole sonreír, aunque le duró poco al recordar el motivo por el que estaba observándose.

– Ya bueno, ahora tengo un problema.

– ¿Cuál?

– Que no sé que ponerme para salir de fiesta porque me queda todo muy marcado.

– ¿Y cuál dices que es el problema? – le dijo dándole un beso húmedo en el cuello.

– Amelia. – le regañó entre risas.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora