10. Marcando territorio

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Aquella noche a Amelia le costó mucho conciliar el sueño, por no decir que no durmió nada en absoluto. Primero porque la mirada de odio que le había echado Luisita antes de salir del local se le había clavado en el pecho, nunca se acostumbraría a que esos ojos marrones que tanta paz habían llevado a sus peores días, ahora la miraran con tanto desprecio. Y segundo, por los gemidos que escapaban de la habitación de enfrente. No sabía que había pasado una vez que salieron del local, pero era más que evidente que la pareja se había reconciliado y había decidido celebrarlo por lo más alto. Literalmente. En realidad, a la que realmente se escuchaba alto y claro era a Bea, y Amelia no supo porque pero agradeció no haber escuchado a Luisita.

Sin embargo, a pesar de todos esos sonidos que salieron de Bea, a Amelia no la engañaba. La ojimiel no era precisamente virgen, y el haber tenido tantos rollos de una noche, le habían hecho aprender mucho de los gemidos, y no se creyó ni uno de los provenientes de la novia de la rubia. Por otro lado, aunque no hubiera escuchado los de Luisita, imaginar a esa bruja tocándola, había provocado una mala sensación dentro de Amelia, pero lo achacó a que sabía que la rubia se merecía a alguien mejor.

Eran ya cerca de las nueve de la mañana y a pesar de no haber dormido nada y ser domingo, decidió levantarse. Se recogió sus rizos en un moño mal hecho y salió hacia la cocina donde se encontró a su mejor amiga preparando café.

- Buenos días.

María se giró al escucharla y sonrió.

- Buenos días.

Se sentó en la mesa de la cocina mientras veía como María había empezado a repartir el café en dos tazas.

- ¿Azúcar?

- Si, porfa.

Le echó un par de cucharadas y ambas cogieron sus tazas y se dirigieron hacia el sofá. Tenían mal cuerpo de la salida de anoche, María estaba algo resacosa, y aunque Amelia no, tenía la misma pesadez en el cuerpo al no haber dormido nada.

- ¿Qué tal te lo pasaste anoche? – preguntó María curiosa.

- Genial, la verdad, hacía mucho que no salía, no me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos.

María la miró con una sonrisa pícara.

- Uy, ¿se viene una nueva versión de Amelia fiestera?

Amelia se rio ante la idea. Era cierto que cuando aún vivía en Madrid, salían de fiesta cada vez que podían, pero realmente no era una chica muy fiestera, prefería ese momento en el día en el que te sientas en un bar y compartes tu día con tus amigas.

- No lo creo, pero lo que sí se viene es una Amelia que va a empezar a vivir un poco su propia vida. – ante la cara de curiosidad de su amiga, siguió hablando. – Después de tantos años en aquel infierno que era mi casa y luego sufriendo por el cáncer, sé que ella ahora descansa en paz, y que yo tengo que empezar a disfrutar un poco, porque llevo veintiocho años viviendo por y para los demás. No me malinterpretes, por favor, sabes que yo adoraba a mi madre, la echo de menos cada minuto y ojalá siguiera aquí, pero también soy consciente de que se pasó media vida tratando de que yo sonriera a pesar de todo lo que vivíamos, y ahora que soy libre, sé que no querría que yo me pusiera mi propia cárcel y me encerrara en mi misma lamentando su ausencia. No hay mejor forma de homenajear su vida que viviendo por las dos.

María la miraba con una sonrisa orgullosa y los ojos totalmente iluminados, y sin poder retenerlo más, la abrazó para intentar trasmitirle lo que no le salía con palabras. Realmente los abrazos de los Gómez eran realmente sanadores, y no se había dado cuenta de cuanto los había echado de menos, aunque aun no había vuelto a sentir el de aquella persona que tanta luz había llevado a sus días oscuros con sus abrazos y sus enormes ojos marrones.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora