69. Pausa

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A pesar de tener toda la comida preparada, cuando Amelia le dijo a Emilia que habían decidido pasar el día visitando la capital, lo entendió. No tanto por la excusa de la ojimiel de hacer turismo, porque no se la creyó, sino por la cara de Luisita. Quizás no la conociera desde hacía tanto, pero la rubia era demasiado transparente y junto a la conversación que habían tenido esa mañana, Emilia supo que aquella estancia estaba haciendo mella en Luisita.

Las tranquilizó diciendo que no había ningún problema, que dejarían esa comida para la cena y prepararían otra cosa más simple para ellos para almorzar. Tanto Amelia como Luisita agradecieron la comprensión, aunque sólo fue la rubia la que vio la cara de desaprobación de Dolores por aquel desplante.

Veinte minutos después en coche, ya estaban en la ciudad, comieron en un restaurante acogedor que a Luisita le recordó al Asturiano y se tiraron la tarde disfrutando de hacer turismo.

Acababan de hacerse fotos frente a la Basílica de Nuestra Señora del Pilar y ahora paseaban de la mano junto al río Ebro, y Luisita no podía ignorar lo mucho que había necesitado esa pequeña pausa respecto a aquella visita familiar. No era la única que lo notaba, Amelia también se había dado cuenta cómo el humor de su mujer había cambiado bastante, aunque seguía sin ser la Luisita de siempre. Sonreía, pero no era tan amplia como siempre. Amelia podía ver cómo a veces se iluminaba la pantalla del móvil de Luisita con alguna mención de alguna red social, y por la cara que ponía, no eran precisamente halagos. Solía haber de todo, más comentarios buenos que malos, pero sabía que la rubia hacía ver que les quitaba importancia, pero la conocía. Sabía que estaban calando en ella, lo que no entendía es por qué no se estaba dejando ayudar, por qué no lo sacaba como siempre lo hacía.

En realidad, la intención de aquel paseo asolas por la capital era para hablar con Luisita e intentar ver qué le pasaba, pero ahora que la sonrisa había vuelto a su cara, no quería volver a borrarla, así que pospuso la conversación, y lo pospuso tanto, que se le olvidó. Se le olvidó porque su mujer parecía volver a estar feliz, y ella también lo estaba. Ambas lo estaban y no podía pedirle nada más a la vida. Por fin tenía una vida tranquila, sin complicaciones ni violencia, con una hija estupenda, una mujer maravillosa y una familia que estaba resultando ser lo que siempre había soñado.

No era tonta, sabía que no era todo perfecto. Sabía que aún había algunas reservas por parte de Salva y que aún había mucho que explicar a Dolores, pero por ahora todo iba muy bien, tanto que ya había olvidado completamente ese escudo para protegerse ante decepciones. Ahora caminaba por la vida disfrutando de lo bueno que le había traído, como si el universo estuviera recompensándola por su pasado.

No era la única consciente de esa felicidad que le invadía el cuerpo, porque uno de los motivos de la sonrisa de Luisita durante aquel paseo era ver la alegría de la mujer que caminaba a su lado. Cuando veía a Amelia feliz, se le olvidaba todo.

– Me encanta tu sonrisa en esta ciudad. – dijo Luisita mirando su perfil.

Amelia se giró hacia ella con los rizos alborotados por el viento y con esa sonrisa radiante que llevaba todo el día en su cara. Estaba preciosa. Era preciosa.

– Estoy feliz.

Luisita sonrió, pero un nudo se formó en su garganta cuando se dio cuenta de lo mucho que significaba eso, porque ella no lo estaba siendo, pero estaba anteponiendo la felicidad de su pareja sobre la suya, algo que juró no volver a hacer jamás. Tragó saliva al recordar el "nunca digas nunca" de Emilia.

– Y yo estoy feliz de que tú lo estés por fin. – dijo con una sonrisa triste.

Por fin

En cuanto lo escuchó, Amelia sintió una pequeña punzada en el pecho al pensar que Luisita creyese que era la primera vez que era feliz. Paró de andar y le acunó la cara para que la mirara bien a los ojos y entendiera lo que le iba a decir, y sobre todo, que la creyera.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora