63. La explicación

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Estaba de pie frente frente al apartamento mirando la puerta tan nerviosa que le tembló un poco la mano al coger la llave, pero sabía que tenía que controlarse. Amaba a Luisita y sabía que el compromiso por la rubia con ella era el mismo, y no tenía nada que temer. Fuera lo que fuera, lo solucionarían juntas. Suspiró, abrió la puerta, y ahí estaba. Sentada en el sofá con las piernas cruzadas, el ordenador en el regazo, y con aquella cara de concentración tan adorable que tanto le gustaba a la ojimiel. Daba igual cómo estuvieran, siempre el llegar a casa y verla era lo mejor de su día.

No fue hasta que Amelia cerró la puerta que Luisita no se dio cuenta de su presencia, y cuando la vio, cerró de golpe la pantalla del portátil, haciendo que la ojimiel suspirara ante aquella actitud tan reservada que tenía últimamente su mujer. Luisita se levantó del sofá rápidamente y esperó hasta que Amelia dejara su chaqueta en el perchero de la entrada. Conforme avanzaba hacia ella, podría jurar que Luisita también estaba nerviosa.

Quien las ve y quien las viera.

Se paró a una distancia prudente de Luisita que la miraba con aquellos ojos enormes marrones cargados de algo que no sabría bien decir de qué. Preocupación, probablemente. Culpa, a lo mejor. Miedo, quizás.

– ¿Qué tal el partido? – cortó el hielo de un tono tan suave que no parecía si quiera haber hablado.

– Bien, han empatado, pero creo que Eva lo ha disfrutado. Tendrías que haber venido...

No quiso que sonara como reproche, porque no lo era. Simplemente, la echaba tanto de menos... Para su suerte, Luisita la conocía demasiado bien y sabía que no lo había dicho para nada con mala intención.

– Lo sé, iré al próximo partido. Lo prometo.

Lo dijo con una leve sonrisa y, automáticamente, Amelia la creyó. Luisita no incumplía sus promesas, sobre todo cuando eran relativas a Eva.

Hubo un corto pero incómodo silencio hasta que la ojimiel lo cortó.

– Bueno, voy a preparar la mochila de Eva con su pijama y una muda y llevarla a casa de Marina y María.

– No te preocupes, ya se la he dado a María.

– ¿María ha venido? – preguntó sorprendida y la rubia simplemente asintió. – ¿Y por qué no ha esperado a que volviera?

– Pues porque quería volver pronto para preparar la cena, además... bueno, yo quería estar contigo a solas contigo para que pudiéramos hablar mejor.

La ansiedad volvió a la ojimiel como un latigazo, tanto que hasta Luisita pareció notarlo.

– ¿Estás bien? – le preguntó preocupada al ver que entrecerraba los ojos.

– Si, es sólo que tengo un poco de jaqueca, no te preocupes.

– ¿Quieres primero tomarme una ducha para relajarte?

– Créeme, este dolor de cabeza no se me va a pasar hasta que no me cuentes de una vez qué está pasando.

La tensión se acentuó tanto que era asfixiante, pero es que era una tontería andarse con rodeos.

– Está bien. – dijo finalmente Luisita haciendo que Amelia suspirara algo aliviada. – A ver, cómo te digo esto...

Mientras buscaba las palabras correctas para empezar a hablar, el silencio volvió a ellas unos segundos hasta que fue roto por el sonido del móvil de Luisita, aquel sonido que Amelia tanto estaba odiando últimamente. La rubia se tensó un poco y se dio cuenta de que su mujer no había pasado por desapercibido su reacción, así que supuso que ya tenía por donde empezar.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora