24. Favores

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Si algo tienen las rupturas desastrosas es que te excusan de ciertas cosas y la gente suele darte tu espacio, es por eso por lo que, a Luisita, a los dos días de cortar con Bea, le habían permitido faltar por primera vez en su vida a la comida de los Gómez. Sin embargo, el siguiente domingo ya no tenía excusa. Ya habían pasado diez días desde que estaba soltera y no estaba siendo fácil, pero estaba llevándolo mejor de lo que pensaba, porque esa era otra de las cosas que le hizo creer Bea, que era menos fuerte de lo que realmente era.

Pero estaba mejor, no bien del todo, pero sentía que poco a poco iba recuperando su vida. Aquella quedada con Marina le había sentado realmente bien y se sentía mucho más cómoda de lo que pensó, más ella, hasta el punto de hablar de su relación y las cosas que le había hecho con más sinceridad que nunca, contándole además, cuál fue el detonante para que Luisita hubiera querido dibujar aquella puerta violeta y escapar de ahí. Le contó que había empezado a trabajar en esa asociación y Marina se sintió enormemente orgullosa porque ella sí conocía aquel proyecto, sabía que Bea estuvo firmemente en contra y se enorgullecía saber que había seguido adelante con sus sueños. También hablaron un poco de Amelia, de cómo se sinceraron y pusieron las cartas sobre la mesa, de como ambas habían sentido lo mismo sin atreverse a hablar, y que simplemente, no era su momento. Hablaron de sus amigos y Luisita apenas se atrevía a preguntar por Mateo de la vergüenza que sentía haber dudado de él, y ahora tenía unas ganas enormes de ser al siguiente con el que debería ganarse el perdón. Hablaron de María, y Marina le contó un poco aquellas charlas que tuvieron cuando aún vivían las tres juntas, de como María había sufrido la relación de la rubia como la que más, y su mejor amiga sólo quería que Luisita apreciara de verdad todo lo que había hecho su hermana por ella, porque fue mucho más duro quedarse a ver todo aquello, y ahora Marina también sentía que debía disculparse con María, porque sentía que a ella también la abandonó. Hablaron de mucho, y aun así, quedaba mucho por hablar, pero a a Luisita no le preocupaba, porque sabía que ahora podrían recuperar el tiempo perdido.

Y aunque si, estaba mucho mejor, ahora sentada en la mesa de la casa de sus padres, Luisita volvió a sentir la ausencia de su rutina con Bea en el asiento vacío de al lado. Tampoco en ese momento la echaba de menos a ella como persona, porque por primera vez en mucho tiempo, no sentía como le consumía la ansiedad en el pecho ni estaba alerta a qué decía todos los integrantes de la mesa por miedo a qué pudieran decir, incluso cuando Luisita no tenía nada que ocultar. Era solo que se había acostumbrado demasiado a la presencia de Bea y ahora sentía que faltaba algo, pero cada vez ese hueco era más y más pequeño, sobre todo porque aquel vacío se iba llenando con otras cosas. Por ejemplo con la vuelta de Marina a su vida, con la nueva libertad para poder recuperar sus hobbies, o, como en ese momento, la gran felicidad de su abuelo al saber que Bea no estaba en la vida de su nieta y que no volverá más.

Hasta que no le vio tan contento, Luisita no se había hecho una idea de lo mucho que había sufrido aquel hombre con esa situación, otra de las consecuencias de su ceguera. Suspiró inconscientemente, ni si quiera sabía que tenía aire contenido, ni si quiera sabía que tenía esa mezcla de sentimientos todavía, de saber que estás mejor ahora pero sin poder evitar que la cabeza vuelva una y otra vez a la culpabilidad de sus errores. Sin embargo, en cuanto suspiró, ella no notó que todos los que estaban en la mesa se fijaron en ella, y aunque también la veían con más vida de la que tenía en mucho tiempo, aun quedaba una sombra de tristeza, como unas ganas de vivir y comerse el mundo, pero sin saber ni cómo hacerlo ni por donde empezar. Luisita no notó que todos la miraban, pero si que notó sobre ella aquellos ojos miel que tenía enfrente.

Desde que Luisita cortó con Bea, Amelia realmente no hizo nada, pero a la vez, estaba haciendo mucho. Era casi incoherente, pero Amelia no había intentado sacarle el tema, ni le preguntaba como estaba cada cinco minutos como lo hacía María, y tampoco la miraba con cara de pena como lo hacían sus padres. Sin embargo, cuando Amelia la miraba, Luisita podía ver en aquellos ojos una mezcla entre orgullo y confianza, y eso la llenaba, porque Amelia no estaba ayudándole activamente a salir del pozo, pero si estaba alimentando la autoestima de la rubia, haciendo que ella misma se creyera todo lo que decían esos ojos. Así que, probablemente, la que menos se esforzaba por animarla era la que más lo hacia, haciéndole creer que ella sola podía. Porque podía, claro que podía, y lo estaba haciendo.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora