47. La verdad

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Amelia terminó de colocar los libros en la estantería y los miró satisfecha con su trabajo. La inauguración tenía los días contados, siempre y cuando decidieran de una vez qué nombre ponerle a la librería, claro. Seguía sin preocuparse demasiado por el tema, sabía que había ciertas cosas que no se podían forzar, y esto era una de ellas.

Fue a la trastienda en busca de su novia, que sabía que estaría sentada frente al ordenador en aquella mesa que habían montado para tener espacio donde hacer el inventario. Abrió la puerta cerrándola tras de sí al entrar, y como la rubia no parecía haberse percatado de su presencia, se permitió unos segundos para estudiarla. Cada vez que la miraba veía un poquito más de aquella Luisita que ella tan bien conocía, y menos de aquella sombra que encontró al volver. Estaba orgullosa de ella, de las dos, de lo que estaban construyendo juntas y de lo que crecían individualmente. Eran la prueba de que el amor verdadero era ese donde nada es perfecto, donde hay heridas y miedos, pero que con la persona indicada se podía llegar a conseguir que todo fuera menos feo.

La quería tanto como nunca creyó que se podía querer a alguien, porque aunque Luisita desde su infancia le hubiera enseñado siempre hay una luz al final de aquel túnel que era su infierno, Amelia nunca creyó que podría tener algo tan puro y mágico como aquello, pero ahí estaba su pitufa enseñándole una vez más que la vida tiene siempre más color del que podemos pensar.

No pudo resistirse, a pesar de saber que quizás la asustaría, se acercó a ella para abrazarla por la espalda y dejarle un beso en el cuello, sin embargo, antes de hacer eso, sólo se fijó que en la pantalla del ordenador estaba abierto un folio en blanco sólo con un par de palabras.

– ¿Qué haces, guapa? – le preguntó mientras le daba aquel beso que tanto deseaba darle.

Sin embargo, en cuanto Luisita sintió su contacto, dio un respingo a la vez que bajaba de golpe la pantalla del portátil, ocultando lo que hacía.

– Perdona. – se excusó la morena alejándose de ella.

Luisita cerró los ojos maldiciéndose un poco por aquella reacción, aunque cuando miró a su novia, no vio reproche. A veces sentía que Amelia le perdonaba demasiadas actitudes, pero luego recordaba que no, que no era así, y que nunca debió sentirse así, esa era la razón por la que estaba sentada frente al ordenador. Se levantó para estar de pie frente a ella y vio como la ojimiel la miraba con cariño, todo lo contrario de lo que habría recibido de su expareja en la misma situación.

– Siento haber reaccionado así.

– No de verdad, Luisita, no pretendía mirar, simplemente no sabía que era algo personal.

– Pero es que quiero que me escuches, por favor, porque aunque no quiera que lo veas no quiero que pienses que te oculto algo.

Amelia la miró expectante mientras veía cómo parecía estar preparándose para desvelar un gran secreto.

– ¿Te acuerdas que te conté que a veces quedaba con una compañera de la asociación para hacer un poco de terapia? – Amelia asintió y siguió hablando. – Bueno, pues le conté que me gustaba mucho escribir y que mientras estaba con Bea solía escribir cómo me sentía porque con ella era impensable expresar mis sentimientos, pero que seguí haciéndolo hasta ahora. Le he enseñado algunas cosas y le gusta mucho. Dice que si hubiera gente que estuviese pasando por lo mismo que yo pasé leyera lo que he pasado, no sólo les hacía sentir menos solos, sino que también quizás les ayude a salir de ahí. Así que después de meditarlo mucho he decidido atreverme.

La ojimiel la miró con un brillo en los ojos que hizo que la rubia se le llenara el pecho de orgullo propio.

– ¿Estás escribiendo un libro? – le preguntó totalmente ilusionada.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora