6. Cubrirnos las espaldas

4.6K 412 176
                                    

Se había puesto el vestido que se había comprado aquella tarde con María, se pintó los labios de rojo y se ahuecó sus rizos perfectos. Se miró en el espejo del baño y cogió aire para después sonreír. Se sentía extrañamente bien. Hacía años que no se sentía tan bien, con tanta paz, y mucho menos en aquellos últimos meses, donde había perdido a la persona más importante de su vida. Tras la pérdida de su madre, se había sentido perdida, aunque sabía desde el primer momento que volvería a Chamberí, pero necesitó un par de meses más para prepararse. No se sentía lista para volver a enfrentarse a aquellos terribles recuerdos, a pesar de que sabía que en aquel barrio encontraría la familia que una vez dejó atrás. Pero ahora ahí estaba, seis años después que a veces le parecía que había pasado media vida y otras veces, como si todo siguiera como cuando se marchó.

Cogió su bolso y su abrigo porque enero en Madrid no era para pasearse por esas horas de la tarde únicamente con aquel vestido. Se empezaba a arrepentir de la elección de su vestimenta por ser demasiado ligera, pero en cuanto entró por las puertas del bar, el calor del King's la acogió enseguida, y la sonrisa que llevaba desde que salió de casa se agrandó aún más.

Casa.

Vaya, no se podía creer que por fin tuviera un lugar al que poder llamarlo así. Bajó por las escaleras y el ambiente era muy agradable, ni solitario ni aglomerado, ya que aún era temprano para la hora a la que la gente salía de fiesta. Era esa hora de la tarde en la que era demasiado tarde para tomar un café y demasiado pronto para empezar con las cervezas, aunque ese dilema nunca fue un problema para Amelia.

Vio a su mejor amiga tras la barra y se acercó a ella. Aun le costaba ver a María como si fuese lo más cotidiano del mundo, porque se había pasado demasiados años extrañándola, y ahora le parecía increíble que compartiesen piso.

- Morenaza.

María se dio la vuelta y se le dibujó una gran sonrisa en la cara.

- Eso tendría que decirlo yo. Madre mía Amelia, estás guapísima. Que buen gusto tengo eligiendo ropa.

- Gracias. – dijo riéndose.

- Las chicas están a punto de llegar y os he reservado esa mesa de ahí. – dijo señalando al reservado. – Dime que te pongo de mientras las esperas.

-Una Coca-Cola fresquita, porfa.

María la miró con una sonrisa triste al ver que nada había cambiado.

- Sigues sin beber alcohol, ¿eh?

- Ya sabes la respuesta. – le dijo levantando el botellín que le acababa de poner en la barra.

Antes de que María pudiera preguntarle más, las interrumpieron aquellas chicas que Amelia tanto ansiaba ver.

- ¡Amelia!

Fue Natalia la primera que llegó a ella y sin que a la ojimiel le diera tiempo a volverse, la pelirroja la abrazó por la espalda con fuerza.

- Creo que me has roto una costilla. – dijo aún en el abrazo.

Cuando la soltó un poco, se giró para poder mirarla bien y pudo ver como tras ella, Lourdes y Cris, que iban cogidas de la mano, la miraban emocionadas. Estaban guapísimas, como siempre. Parecía que los años no habían pasado para ellas. Natalia se echó a un lado para que las otras también pudieran abrazarla, y tras acabar los saludos, prefirieron irse directamente a la mesa del reservado para poder hablar más tranquilas.

- Madre mía, Amelia. Estás impresionante. – dijo Lourdes.

- Anda, exagerada.

- Es verdad, no sé si es que te hemos echado demasiado de menos, pero aquí mi chica tiene razón, estás guapísima.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora