68. Gota tras gota

3.1K 354 18
                                    

Se habían tirado toda la mañana con Salva en aquel taller montando piezas, hablando sobre la infancia de Devoción, y a Luisita se le derretía el corazón cómo tras cada dato nuevo, la sonrisa de Amelia aumentaba más y más. Ese fin de semana estaba saliendo perfecto para la ojimiel, superando con creces todas las expectativas que tenía sobre la reunión. Era lo que merecía, siempre fue lo que mereció, una familia que la quisiera de verdad.

Así que, tras recuperar la noción del tiempo, era medio día, Luisita decidió volver a dejar solos para que siguieran conociéndose y se dirigió hacia la casa en busca de Emilia, que no tardó en encontrarla, pues sólo hizo falta seguir el olor a la deliciosa comida.

– Madre mía, ¡qué bien huele aquí! – dijo Luisita entrando a la cocina.

Emilia se giró hacia ella con esa sonrisa dulce que habituaba tener.

– Espero que te gusten las migas.

– Pues claro que me gustan, sobre todo si huelen así no me quiero ni imaginar ya cómo saben. Que, además, tengo un hambre...

– Pues normal, ¡si no habéis desayunado!

Luisita se rio porque era verdad, la concentración que habían tenido toda la mañana con Salva en el taller les había hecho olvidar de la comida más importante del día. Se colocó junto a Emilia para mirar los ingredientes que le faltaba por preparar.

– ¿En qué te ayudo?

– Ya está todo el trabajo hecho, pero si quieres puedes cortar un poco de lechuga para hacer una ensalada.

– Perfecto. – respondió Luisita con la misma sonrisa que llevaba Emilia.

Se lavó las manos, cogió un par de ingredientes más necesarios para completar la ensalada, y se colocó junto a Emilia en la encimera para empezar a cocinar.

– ¿Y Amelia?

– Está con Salvador, están ordenando las piezas de lego. Amelia es un poco tiquismiquis con el orden, en casa si ve una pieza fuera de su sitio prepárate para escucharla...

Emilia se rio sinceramente y no borró la sonrisa de su cara. Estaba claro que la presencia de Amelia les hacía tanto bien a ellos cómo a la ojimiel estar ahí.

– Me alegro de que se estén llevando bien. Lo que siempre había deseado Salva era un hijo o hija. Bueno, en realidad siempre fue el sueño de los dos, tener una gran familia y crecer rodeados de pequeñajos y risas.

– ¿Y cómo es que no tenéis hijos?

En cuanto lo dijo, por la cara que puso Emilia, se arrepintió de inmediato de haber abierto la boca.

– No podemos tenerlos. – le dijo con una pequeña sonrisa triste. – No sabemos quién de los dos es estéril, o si lo somos ambos. Nunca hemos querido saberlo porque sabíamos que fuera quien fuese, se sentiría tremendamente culpable por no poder hacer feliz al otro. Lo intentamos durante años y años, hasta que me vino la menopausia. Ese día lloré como nunca lo había hecho, porque sabía que nuestro sueño se había esfumado para siempre. Él sólo me apoyó, pero le conozco, también sé que lloró en silencio. No le gusta mostrar su debilidad al resto.

Luisita no supo muy bien qué decir, pero ahora entendía la razón de tanta hospitalidad con ellas y el cariño que habían recibido nada más llegar a aquella casa. Tanto Emilia como Salvador eran padres, pero les faltaba esa hija a quien darle el amor que llevaban años guardando. Desde luego, no había nadie mejor preparada para cubrir aquel puesto que Amelia.

– Si, bueno. Creo que lo de no mostrar la debilidad es genético. – le respondió haciendo sonreír a Emilia.

– Así que Eva es adoptada, ¿no? – Luisita asintió. – Viendo lo mucho que sonríes nada más nombrarla, ojalá nosotros hubiéramos tomado esa opción. La verdad es que nunca se nos ocurrió, aunque supongo que incluso si se nos hubiera ocurrido, no lo habríamos hecho visto lo que opina mi suegra sobre el tema.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora