13. Duelo en el Lejano Oeste

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Habían pasado solo un par de días desde aquella noche en la que Amelia se había quedado en casa cuidando a Luisita, pero, aun así, la ojimiel notó un cambio bastante grande en la actitud de la rubia. Ya no la ignoraba, le respondía con monosílabos y, aunque no tan frecuente, seguía evitándole la mirada a veces, y puede que nadie más pudiera decir que aquello era una mejoría, pero Amelia si lo notaba. Un paso muy pequeñito, pero era el primer paso hacia la reconciliación que Luisita había dado, y la ojimiel lo celebraba en silencio como una gran victoria.

Y ese día, era ese día de la semana donde daba igual que se ignoraran o no, que debían comportarse, porque nadie quería que los Gómez fueran testigos de aquella mala convivencia, y mucho menos durante la comida, con lo mucho que se esforzaba cada domingo Marcelino con que la paella fuera perfecta, para que ellas lo estropearan con sus tonterías. Bueno, en realidad Amelia no sabía si el motivo de aquella enemistad era una tontería o no, y aunque no estaba muy segura de querer descubrir la verdad, la ignorancia la mataba casi tanto como los desprecios de la rubia. Pero por primera vez desde que había vuelto, Amelia podía ir a comer tranquila sabiendo que aquella tensión se había relajado un poco.

Caminaba por la Plaza de los Frutos hacia la casa de los Gómez con más cansancio del habitual, ya que el tiempo se le había echado encima y venía directamente desde el teatro. Los domingos solían tener una función infantil y a Amelia simplemente le encantaba, porque lo que más se veía era a niños ilusionados acompañados de sus abuelos y abuelas aún más ilusionados al ver la alegría de quienes estaban en su regazo. No era una función larga, por lo que solía terminar con bastante tiempo para volver a casa y descansar un poco antes de ir a comer, pero esa vez se quedó un poco más y no por motivos laborales. Tenía que explicarle a su compañera el porqué la dejó tirada en el último momento antes de su cita, porque aquello había estado demasiado feo y Amelia no estaba con la conciencia tranquila. Le contó que tuvo una emergencia familiar, excusa perfecta a la que nadie hace preguntas al respecto. Podría haberle pospuesto la cita, podía haberle dicho de ir a comer juntas o incluso de tomar un café en ese momento, pero no, simplemente le dio las gracias por la comprensión y ya está. No sabía explicarle a aquella chica porque no podía tener una cita con ella, porque ni si quiera sabría explicarse a sí misma. Ni sabría ni quería.

Además de todo el cansancio que llevaba arrastrando por el trabajo en el teatro, tenía que añadirle que esa noche había tenido una pesadilla horrible, de esas que ojalá pudiera decir que era simplemente eso, porque no lo era, porque no era una simple pesadilla, sino un recuerdo nítido de su infancia. Estaba llevando el regreso a ese barrio y el enfrentamiento a aquellos recuerdos mejor de lo que esperaba, pero sin embargo, no podía evitar que su subconsciente le jugara aquellas malas pasadas.

Así que ahí estaba, frente a la puerta de los Gómez, soportando su cansancio e intentando mentalizarse para lo que le esperaba porque, aunque entre ella y Luisita la situación fuera menos tensa, aún así tenía que seguir soportando a la novia de esta, y para ella no tenía tanta paciencia. Tocó el timbre y en cuanto se abrió y vio la sonrisa de Manolita, toda aquella mala sensación se desvaneció. Cada vez que veía a esa mujer se acordaba de su madre, y no sólo por los recuerdos que tenía asociados a ella, sino por la mirada tan maternal que le dedicaba cada vez que la veía.

- Hija por fin estás aquí, te estábamos esperando. – dijo Manolita abriendo los brazos para acogerla en ellos.

Amelia no se lo pensó y abrazó a esa mujer. Manolita notó como la ojimiel la abrazada con algo más de fuerza de lo normal, y aquello le hizo pensar que había tenido un mal día o simplemente no se encontraba del todo bien, así que le correspondió con la misma fuerza aquel abrazo que parecía necesitar.

- Si, lo siento, es que se me ha hecho tarde en el teatro.

Se separó de ella y vio que todos estaban ya sentados en la mesa sin haber tocado nada de sus platos, y su pecho se derritió cuando vio que realmente la estaban esperando para empezar.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora