70. La tormenta

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– ¡¿Que habéis hecho QUÉ?!

Luisi, tranquilízate.

– ¿Cómo que me tranquilice, María? Que le habéis dado la charla de sexo a nuestra hija sin nuestro permiso, ¡que sólo tiene ocho años!

Luisita caminaba alterada por aquel pequeño porche de la casa de los Gascón sin poder salir de ahí debido a que era lo único techado que le cubría de la lluvia que había empezado a caer. Habían vuelto del paseo hacía un rato y al llegar, decidieron darse una ducha antes de que cenar, pero aunque quisieran, ambas sabían que una ducha conjunta era algo más que inapropiado, así que después de ducharse, mientras era el turno de Amelia, decidió salir al jardín para para que le volviera a dar ese aire que tanto había necesitado durante el paseo, pero la lluvia se lo impedía, así que se quedó refugiada en el porche contemplando cómo las gotas chocaban contra la hierba. La lluvia siempre tuvo algo que la calmaba.

Después de un rato viendo la lluvia caer, decidió llamar a su hermana y hacerle ver que estaba bien y no había nada de lo que preocuparse, además, así la llamada conseguiría despejarla un poco y animarla antes de cenar, pero nada tenía que ver la realidad con lo que ella había imaginado.

Casi nueve, y no ha sido así. Simplemente nos dijo que en clase estaban dando el cuerpo humano y la reproducción, pero que no entendía bien cómo funcionaba, cómo... ya sabes, se fecunda.

– Yo os mato.

Venga, va, no te pongas así. Además, piénsalo, ¿Quién mejor para hablarle de sexo que un par de bisexuales con bastante experiencia?

Luisita resopló frotándose la frente, sabiendo que en realidad tenía razón, porque si llegado el momento tuviera que ser ella la que le tuviera que hablar sobre la anatomía masculina, no habría tenido ni idea.

– Bueno, ¿y qué ha dicho ella sobre el tema?

No mucho, sólo que le parecía bastante doloroso tener que meterse algo ahí dentro. Pero no te preocupes, que para cuando sea más mayor seguro que descubre que puede ser muy divertido y placentero, y te prometo darle una buena charla de métodos anticonceptivos.

–Voy a llorar, lo juro. – cerró los ojos mientras se le amontonaba en su interior tanta ansiedad que ya ni escuchaba a su hermana

Mientras Luisita seguía intentando mantener la calma con lo que le contaba María, Amelia ya había terminado de ducharse y ahora la miraba por la ventana del salón. Por la hora suponía que era María con la que hablaba Luisita, y por mucho que quisiera saber sobre su mujer amiga y, sobre todo, su hija, también quería dejarle privacidad a Luisita para hablar con su hermana, quizás con ella hablara un poco y sacara lo que parecía estar guardando dentro. Sin embargo, por la cara que tenía Luisita, no parecía que estuviera ocurriendo eso.

Decidió dejarles espacio y mientras esperaba, caminó por el salón curioseando un poco la decoración de aquella habitación. Todo era bastante tradicional, sin apenas objetos demasiado personales. Era una sala bastante fría, nada que ver con la suya llena de fotos familiares con los Gómez y esas dichosas piezas de LEGO por todos lados. Observaba los estantes de libros con detenimiento, sin embargo, paró en seco en cuanto sus ojos chocaron con uno en concreto. Era llamativo porque era de los pocos de aquella estantería que no tenía un aspecto clásico, sino que era de un azul celeste precioso, aunque no le llamó la atención sólo por su color, ella habría reconocido aquel libro en cualquier parte.

Se acercó a aquel libro y lo sacó de su sitio, lo cogió y se quedó observando la portada con una sonrisa orgullosa en su cara, hasta que lo abrió para ver en la dedicatoria, a pesar de que ya se la sabía de memoria.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora