71. Domingo

3.6K 385 83
                                    

A la mañana siguiente, ninguna de las dos quería moverse de la cama, pero había que afrontar el día.

Las dos habían despertado con un humor mucho más caído, Luisita porque, al haber estallado, aún se encontraba con el animo por los suelos, y Amelia porque, además de haberse tirado toda la noche consolando a su mujer, ahora tenía que hacerse a la idea de que todo lo que había creído construir durante aquel fin de semana.

Finalmente encontraron las fuerzas para levantarse y terminaron de hacer la maleta que anoche ya habían empezado a hacer, cuando notaron que alguien se asomaba por el marco de la puerta

– ¿Qué tal habéis dormido? – preguntó Emilia en un tono realmente dulce, como con cautela.

– Bueno. – respondió la ojimiel con una sonrisa triste.

– Ya... bueno, venía a deciros que he conseguido que Dolores se fuera hasta el mediodía, por si no queríais cruzaros con ella.

Amelia sonrió un poco más y cerró su maleta antes de acercarse a ella.

– Gracias, Emi, por todo.

Emilia sonrió con tristeza y Amelia podía ver que intentaba aguantar las ganas de llorar.

– A vosotras por venir, y sobre todo a ti, por abrirte nosotros y dejarnos entrar. Aunque sólo haya durado un fin de semana, ha sido bonito tener una sobrina.

La ojimiel le cogió las manos y pudo ver en los ojos de aquella mujer lo mucho que le estaba afectando aquella situación.

– Sigues siendo mi tía y siempre lo serás. Las puertas de nuestra casa estarán abiertas para cuando quieras venir a visitarnos a Madrid.

Emilia miró por encima del hombro a Luisita, como si estuviera esperando una confirmación, porque necesitaba que ella también estuviera de acuerdo, y pareció que la rubia lo entendió, así que le asintió con una sonrisa tranquilizadora haciendo que se emocionara.

Volvió a girarse hacia su sobrina y le sonrió con ternura.

– Eres muy valiente Amelia, dudo mucho que lo hayas sacado de los Ledesma, pero ya te digo yo que de los Gascón tampoco.

– Pues supongo que será de mi parte Gómez. – dijo volviéndose hacia su mujer que la miraba orgullosa.

Emilia sonrió y la abrazó con fuerza, porque no sabía cuando volvería a verla y porque odiaba verla irse de esa manera. Abrazó a Luisita con el mismo cariño y las ayudó a ambas a meter las cosas en el coche.

Volvieron a darse un par de abrazos más acompañados de promesas de mantenerse en contacto. Se metieron en el coche y, en cuanto Amelia se abrochó el cinturón, miró por el retrovisor y vio a Salvador parado tras el coche, mirándolas.

Pero no se movió. Ni hizo intento de acercarse, ni de despedirse.

Ni de disculparse.

Ni de pedirse que se quedara.

Ni si quiera había mostrado querer mantener la relación.

Amelia siguió mirándolo unos segundos más, pero se dio cuenta de que él no tenía ninguna intención de acercarse. No podía estar eternamente esperándole cuando ella ya se había acercado todo lo que ha podido. Ahora era el turno de él a dar el paso. Pero no lo hizo.

Se giró hacia Luisita que la miraba esperándola pacientemente.

– Arranca.

Luisita la miró unos segundos más para asegurarse de que no se arrepintiera, pero finalmente giró la llave y se alejaron de ahí, mientras Amelia seguía mirando por el retrovisor cómo la imagen de Salvador se hacía cada vez más pequeña.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora