31. Antigua nueva vida

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Pocas sensaciones hay mejores que llegar a un sitio y sentir que perteneces, que es tu lugar, y si, para Luisita esa también era una de las mejores sensaciones que se puede experimentar, pero había algo que la superaba, porque para ella lo mejor de entrar en el Asturiano no era sólo sentir que era su casa, sino esa sonrisa que siempre la esperaba tras la barra. Porque era cierto que Luisita no recordaba ni una sola vez que haya traspasado aquellas puertas y su abuelo no tuviera una sonrisa preparada para ella, aunque tuviera un mal día, aunque estuviera en plena discusión política con un parroquiano, o incluso cuando entraba de la mano de su exnovia. Para ella, siempre habría una sonrisa de Pelayo, y esta vez, si era posible, esa sonrisa era más amplia que de costumbre.

Su abuelo terminó de poner el café que estaba sirviendo en ese momento y la esperó tras la barra hasta que ella llegó hasta él.

- Pero bueno, charrita, ¿a qué se debe este honor?

Tenía que admitir que la sorpresa de su abuelo por verla ahí le dolió un poco, pero era justo que pensara que el hecho de que ella estuviera ahí se debiera a algún motivo en concreto, porque ella había dejado de ir hace mucho tiempo, desde que a Bea le dejó de hacer gracia que Luisita fuera a desayunar, porque pensaba que el abuelo de su novia le tenía una manía especial y terminaría poniéndole en su contra. Pero como otras cosas en su vida, esa costumbre de desayunar junto a su abuelo era algo que quería recuperar.

- Pues he quedado aquí para desayunar con Marina, y he decidido venir antes para tomarme un café con mi abuelo y de paso, charlar un poco, ¿qué le parece? – le dijo con una sonrisa y juraría que de los ojos de su abuelo estaba apunto de escaparse una lágrima.

- Pues que me va a parecer, perfecto. – le devolvió la sonrisa y se giró para empezar a prepararle el café mientras ella se sentaba en la barra. – ¿Cómo te están yendo las cosas, charrita?

- No le voy a mentir, no ha sido fácil despertar y que toda tu rutina y tu vida en general haya cambiado y tengas que crear una nueva, pero he de admitirle que cada día duele menos, e incluso ahora podría decirle que apenas siento ese vacío.

- Me alegro muchísimo hija, es lo que mereces, recuperar tu vida.

- En realidad, abuelo, si siento que estoy recuperando mi antigua vida, aunque no exactamente tal y como era.

- ¿A qué te refieres? – le dijo al tiempo que le ponía el café frente a ella.

- No sé, últimamente me siento tan bien que creo que nunca me he sentido así, ni si quiera antes de conocer a Bea, creo que dentro de mí están encajando piezas que o bien nunca habían estado o estaban tan desordenadas que era imposible construir nada. Bueno, no me haga caso abuelo, no sé si tiene mucho sentido.

- Si que lo tiene charrita, porque aunque volvamos a recuperar viejas costumbres, nunca lo hacemos volviendo exactamente por el mismo recorrido porque durante el camino hemos recogido cosas que antes no teníamos y ahora hay muchas cosas que antes no había, como que trabajes en la asociación o empezar con la librería y, además, todo ello coincidiendo con la vuelta de Amelia.

- ¿Y qué tiene que ver Amelia aquí? – preguntó Luisita y por su tono, su abuelo supo que había hablado demás.

- Bueno, charrita, la vuelta de Amelia nos ha alegrado a todos y como sé que al principio no te hizo ninguna gracia, ahora parece que la toleras más, ¿no es así?

Luisita miró a su café sintiéndose culpable al recordar lo mal que se portó con Amelia cuando llegó. Era extraño porque, si echaba la vista atrás hacia a su llegada, Luisita sentía como si ahora fuera otra persona totalmente diferente, y era verdad, porque esa mañana al mirarse el espejo, en mucho tiempo, se reconoció frente al reflejo, pero aun no sintiendo que hubiera sido ella misma la que trataba de esa manera a Amelia, sabía que aun le debía una buena disculpa. Al ver como su nieta se había quedado pensativa, siguió hablando.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora