━ 𝐗𝐂𝐈𝐕: Los números no ganan batallas

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•─────── CAPÍTULO XCIV ───────•

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─── CAPÍTULO XCIV ───

LOS NÚMEROS NO
GANAN BATALLAS

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        GUĐRUN AFERRÓ SU CAPA, se la colocó sobre los hombros y abandonó la tienda que compartía con el resto de esclavas que se encontraban al servicio de Lagertha. Aquel había sido un día sumamente ajetreado, puesto que la batalla final, la decisiva, tendría lugar a la mañana siguiente, cuando Sól alcanzase su punto álgido en el cielo. De ahí que hubiese pasado las últimas horas junto a la soberana, ayudándola —junto a sus compañeras thralls— a tener todo listo para la contienda. Habían lustrado su peto de cuero endurecido, remendado su pantalón y limpiado sus botas, y también se habían encargado de afilar su espada y sus cuchillos.

La muchacha se arrebujó en la fina tela que constituía su única protección contra el frío y suspiró en tanto avanzaba a través de aquel laberinto de árboles, antorchas y lona. El día anterior le habían llegado rumores, habladurías sobre la llegada de un cristiano al campamento... Y ella no había podido evitar pensar en el joven sajón con el que había estado conviviendo en los últimos meses. El mismo que, el día que abandonaron Kattegat para asentarse en el bosque, le había entregado su preciada cruz para que su dios pudiera protegerla.

Ealdian.

¿Sería cierto lo que decían? ¿Realmente se encontraba en el campamento o los rumores hablaban de otra persona completamente diferente? De ser la primera opción, no tenía ningún sentido que, con su libertad recién recuperada, volviera a meterse en la boca del lobo... Al menos para ella. Aunque ya había quedado demostrado que aquel inglés era de todo menos predecible.

Inhaló profundamente.

Ya era tarde. La noche se había cernido sobre Midgard con la misma voracidad con la que Fenrir se tragará el astro rey durante el Ragnarök, por lo que los hombres y las mujeres que conformaban el ejército ya habrían saciado su apetito con el nattveror. Era el momento perfecto para que los esclavos se alimentaran de las sobras que habían quedado en los pucheros, cuando la actividad en el asentamiento había disminuido de manera considerable y ellos eran libres de cubrir sus necesidades más básicas.

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