━ 𝐗𝐈: El funeral de una reina

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•─────── CAPÍTULO XI ───────•

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────── CAPÍTULO XI ──────

EL FUNERAL DE UNA REINA

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        UNA VEZ FINALIZADA LA BATALLA, con Lagertha proclamándose vencedora, esta, junto a sus preciadas skjaldmö, se encaminó hacia el Gran Salón, donde supuso que hallaría a Aslaug. Durante el trayecto la rubia fue vitoreada y aplaudida, aclamada y elogiada. No cabía la menor duda de que muchos de los habitantes de Kattegat —aquellos que inviernos atrás habían estado bajo su mandato— se sentían felices por su regreso, a pesar del susto que había conllevado el asalto.

Fue entonces cuando, a medio camino, la condesa se topó con Aslaug, quien, en compañía de sus más leales guerreros, había abandonado su santuario para poder negociar con ella. 

Ataviada con uno de sus mejores vestidos y ensortijada con sus joyas más resplandecientes, la mujer avanzó hasta detenerse frente a Lagertha, con la espada de su padre, el Gran Sigurd, entre sus manos.

Ante la presencia de la soberana, los gritos y las ovaciones cesaron.

Con una mano en la empuñadura de su arma, Kaia se posicionó detrás de la rubia en un ademán protector, al igual que Torvi, quien, para indignación de Aslaug, no lo había dudado a la hora de ofrecerles su ayuda durante el combate.

—Qué extraño, Lagertha, que hagas de usurpadora —pronunció la reina de Kattegat, cáustica y mordaz—. Levantarte contra otra mujer no encaja con tu reputación —soltó con un fingido deje inocente. Veneno en estado puro.

—Yo nunca he usurpado nada. Tú me has robado. —El Conde Ingstad envainó su espada bajo la insidiosa mirada de la mujer que tantos quebraderos de cabeza le había ocasionado—. A mi hombre, mi mundo y mi felicidad —enumeró—. Que seas una mujer no tiene nada que ver.

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