━ 𝐗𝐗𝐈𝐕: Tus deseos son órdenes

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•─────── CAPÍTULO XXIV ───────•

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────── CAPÍTULO XXIV ──────

TUS DESEOS SON ÓRDENES

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        EL VIAJE HABÍA SIDO DURO Y AGOTADOR. Dos meses habían pasado en alta mar. Dos interminables meses en los que se habían visto en la obligación de hacer frente a numerosas tormentas y a otras inclemencias meteorológicas que por poco no les habían enviado directos a las profundidades del océano. Gracias a los dioses pudieron salir adelante, aunque eso no les dejó exentos de sufrir alguna que otra baja. Y es que el riesgo de las incursiones vikingas no radicaba únicamente en la peligrosidad de guerrear contra los cristianos u otros paganos, sino también en la crudeza de las propias travesías. No era la primera vez que flotas enteras perecían en una tormenta, de ahí que, cada vez que se embarcaban en alguna expedición de tal calibre, no les quedara más remedio que concienciarse de que tal vez esa sería la última en la que participarían.

Eivør siempre había sabido que aquellos viajes no eran aptos para todo el mundo, que podían resultar sumamente fatigosos —y hasta incluso angustiantes—, pero jamás imaginó que lo serían tanto. 

Los primeros días fueron, sin lugar a dudas, los peores. Se los pasó vomitando, dado que su organismo no estaba acostumbrado a los constantes meneos del barco, y maldiciendo el momento en que accedió a formar parte del Gran Ejército. Ahora, dos lunas después, las náuseas prácticamente habían desaparecido y la sequedad del clima marino ya no le mordía tanto la piel.

Tal y como le comentó a Drasil antes de zarpar, aquella travesía había sido, cuando menos, bastante peculiar. Por un lado estaban los Ragnarsson, especialmente Ivar, con quien había protagonizado infinidad de disputas que siempre acababan con la morena intentando abalanzarse sobre El Deshuesado para hacerle callar a golpes. Y, por el otro, estaba el ambiente enrarecido que, desde que habían abandonado Kattegat, se había instaurado entre ella y Björn.

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