━ 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈: No merezco tu ayuda

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N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

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──── CAPÍTULO XXXII ─────

NO MEREZCO TU AYUDA

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        EL OLOR A SANGRE IMPREGNABA EL AIRE. Allá donde mirase, Drasil solo veía muerte. Los gritos, los llantos, los relinchos de los caballos, el choque del acero contra el acero... Todo aquello había propiciado que el campo de batalla se convirtiera en un truculento maremágnum donde tan solo los más fuertes sobrevivían. Sin embargo, no era miedo lo que mordisqueaba sus entrañas. No era temor lo que se veía reflejado en su ensangrentado semblante, sino excitación. Un inmenso furor alentado por la victoria que ya podía empezar a paladear, por el inminente triunfo de su pueblo sobre los sajones.

Tal y como había ocurrido con Ælla y su insignificante séquito, los guerreros de Wessex habían pecado de ingenuos y confiados. Su cabecilla, el príncipe Æthelwulf, hijo del rey Ecbert, había actuado tal y como los Ragnarsson esperaban. Y es que, dos días antes de entrar en combate, Björn y Ivar creyeron conveniente inspeccionar el terreno donde tendría lugar el enfrentamiento para así usarlo a su favor a la hora de luchar. Gracias a aquella idea pudieron confundir a los cristianos, a quienes hicieron correr de un lado a otro para colmar su paciencia y, ya de paso, agotarles.

Aquel extraño —además de irritante— comportamiento por parte de los paganos surtió el efecto deseado en Æthelwulf, quien, harto de tanta majadería, puso rumbo hacia la costa, donde sabía que hallaría el bien más preciado de esos malditos salvajes: sus barcos. No obstante, aquello fue precisamente lo que El Deshuesado vaticinó cuando les comentó a sus hermanos el plan que tenía en mente, la estratagema que, según él, les proclamaría dignos vencedores.

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