Intento 4

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El salón de clases del Albert Einstein, el centro educativo para niños y jóvenes superdotados, era de un blanco inmaculado; las paredes blancas como nieve de pico de montaña, los escritorios tan blancos que parecían casi brillar, la pizarra blanca lustrosa que cualquiera diría podría servir de espejo. Todo impecable, cada detalle daba la ilusión de perfección en este colegio diseñado para estudiantes cuya capacidad intelectual no solo era mayor que la norma, sino que se acercaba a genialidad y, en numerosos casos, eran justo eso: genios.

Pero..., ¿qué es genialidad o ser un genio? ¿Qué diferencia hay entre alguien de dieciséis años y un genio de dieciséis? Se preguntaba Samir mientras caminaba hacia el parque central del colegio después de su examen de fin de año en Astrofísica Avanzada II. Fue uno que estaba seguro había hecho muy bien, puesto que el 70% trató sobre agujeros negros. Ese era su tema preferido y el que le parecía el más simple porque no se conocía mucho de ellos, y lo que se sabía se hallaba aún dentro de un nivel teórico. El asunto residía en que los agujeros negros resultaban ser lo mencionado, un entretenido tema para especular, la realidad era algo diferente.

Samir se encontraba harto de que lo vieran como una rareza humana apenas respondía al inevitable ¿Y a cuál escuela vas? Si eran muchachos de su edad, no tardaban en buscar una excusa a fin de cortar la conversación y alejarse de él lo antes posible, como si tuviera alguna enfermedad contagiosa. Las chicas reaccionaban en forma distinta; por lo general lo acribillaban con preguntas de cómo era allá, qué se sentía no tener que estudiar para las matemáticas, etcétera, etcétera. Pero ser el foco de atención de ellas duraba poco porque se cansaban de cuestionar rápido y partían hacia el rumbo opuesto. Y no era que él fuera feo, su tez y cabello oscuros contrastaba con sus ojos verdes enmarcados de largas pestañas negras. Con una altura muy respetable de 1.83 metros, dentro de un cuerpo en buen estado físico por practicar escalar montañas, junto con la innata habilidad de que en cualquier deporte parecía tener potencial de profesional, se hubiera dicho que en cada esquina había más de una muchacha con intenciones de atraparlo. Sin embargo, no era el caso; bastaba que saliera a colación el tema de pertenecer al grupo exclusivo de los geniecillos del Einstein para que huyeran despavoridas. En consecuencia, a Samir solo le quedaba socializar con la gente de su escuela, pero eso no iba con él. Se le hacía imposible hacer amistad con jóvenes que habían pasado la mayor parte de su vida dentro de los muros de ese lugar; bajo una cúpula invisible donde el probar ser el mejor, el más perfecto en lo que sea, representaba el pan de cada día. La competencia era feroz y si uno intentaba explicar o ayudar a alguien, te miraban de manera sospechosa, creyendo que les estabas dando una información falsa para que cometan un error. Fue así que optó por llevarse bien con todo el mundo mientras que, al mismo tiempo, no forjaba ninguna amistad personal y, en cambio, se dedicaba a actividades que no involucraban a otros, como la escalada de montaña.

Los adultos asimismo lo veían como un bicho raro; al no saber cómo tratarlo, decidían que lo mejor era obviar su presencia. Lo ignoraban por temor: No vaya ser que el mocoso me dé una lección de química que me haga quedar como un completo necio

Los únicos a los que no intimidaba eran los animales, sus padres y niños que no entendían qué rayos era el centro educativo para gente superdota..., superdo..., ¿cómo se dice eso?

Samir reconocía que en muchos sentidos tenía una gran suerte con sus papás, que siempre lo trataron como una persona normal, a pesar de haber recibido la famosa carta del Einstein, aquella que solicitaba que fuera trasladado a su establecimiento a la corta edad de seis años. Sus padres no solo transfirieron a él, sino a la familia completa. Su mamá fue firme como general de armada:

"¡Ni hablar que mando a mi hijo a vivir solo en esa dichosa escuela, por muy genios que sean o por muy genio que sea nuestro chiquitín! ¡Si él se va, nos vamos todos también!"

Ella solicitó a su trabajo ser cambiada a la filial de Lobla, la ciudad donde se localizaba el renombrado instituto educativo. Su papá mudó la oficina de su pequeño negocio mientras vendieron la casa y compraron una no lejos del mencionado colegio. De este modo, Samir se convirtió en uno de los pocos que vivía con su familia. Incluso seguía todavía allí a pesar de que, a partir de los once años, los alumnos tenían poder de decisión sobre sus progenitores para elegir entre vivir con ellos o en el local escolar. Esa era otra de las razones por la cual los de su generación lo veían como si fuera un extraterrestre: ¿Cómo puede escoger estar con sus papás en vez de hacer lo que te dé la gana? Este debe ser un bebé de mamá o alguien raro... La verdad era que él consideraba que residir con sus padres era vivir con libertad, era escaparse del mundo de perfección del Einstein y poner los pies sobre la tierra, era su oasis.

Hacía un sol resplandeciente, así que Samir se dirigió a buscar un árbol disponible donde sentarse a leer, por enésima vez, la carta de aceptación de empleo para aquel verano, la que había recibido hacía ya tres semanas. Aún tenía cuarenta y cinco minutos antes de pasar a dar su examen final de Biofísica III (¡El último examen que le quedaba!), más que tiempo suficiente con que verificar que tenía todos los papeles y cosas necesarias para partir mañana temprano en avión rumbo a San Eustaquio, donde lo esperaría la camioneta del hotel que lo llevaría al NatuArenas. Allí no iba como turista a pasearse, lejos de eso, iba como ayudante de cocina en uno los cinco restaurantes de tal albergue.

El chico del Einstein se encontraba entusiasmado a rabiar: ¡Al fin un trabajo de verano que no envolvía alguna investigación científica que revolucionaría el mundo! ¿Por cuántas de esas había pasado ya? Estaba aquella que buscaba la forma de limpiar los derrames de petróleo de modo rápido y eficaz. Él dedicó horas adicionales a las que le correspondían durante ese verano, a ayudar al equipo encargado del proyecto. Le parecía que su esfuerzo era más que bien empleado puesto que, si daban con la solución, significaría la diferencia entre la vida y la muerte de los ecosistemas afectados por los derrames. Cuando presentía hallarse cerca de la respuesta, otro grupo de investigadores descubrió una nueva fuente de energía: la arena rica en silicio. Luego de hacerla atravesar por un proceso complejo que envolvía calor, presión y el bombardeo de electricidad magnética, esta se trasformaba en un líquido espeso de color verdoso, cuyas propiedades eran muy parecidas a las del petróleo. Al ser silicio el elemento de mayor abundancia de la corteza terrestre, había a manos llenas dicho recurso. Fue de esta manera que la Arena Total, mejor conocida como A.T., se convirtió en no solo una fuente de energía alternativa, sino en La Energía. Pero nada es perfecto, el A.T. también era conocido con un nombre diferente para los que hablaban español: el ApestaTodo. Según Samir, la mejor descripción de ese olor fue la que escuchó de su vecino de ocho años:

"Es igual que el ped..., el gas lanzado por mi papá después de haber comido de entrada una ensalada de brócoli con coliflor, seguida de un platazo tamaño familiar de frejoles con tocino y huevo frito ¡sazonado con un montón de cebolla!"

Pese a ser un gran inconveniente, el ApestaTodo creó una nueva industria, la de la disolución de los olores. Con una pastilla diaria temprano en la mañana, las personas perdían el sentido del olfato de los olores molestos o, como diría el vecino en cuestión: Olores a pedos, pues.

A Samir le llegó una llamada telefónica este año para pedirle que colaborara en un estudio sobre el cambio del comportamiento social humano, debido a que la gente se sentía en libertad de lanzar gases, siempre y cuando no fueran sonoros. Esa fue la gota que colmó el vaso y lo empujó, sin lugar a dudas, a tomar un trabajo de verano normal. Le fue fácil decir que no a la invitación, arguyendo que su especialidad era en ciencias astronómicas y no en ciencias sociales. Sus papás no objetaron su decisión y de nuevo dio gracias por tener padres que comprendieran su necesidad de aprender acerca del mundo, afuera de las investigaciones y las murallas del Einstein.

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