Intento 95

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Raymundo verificó la fecha en su librel; ya habían pasado cinco días desde su llegada al complejo. No podía creerlo, qué bárbaro, hubiera dicho que habían llegado ayer. Su temor de sentirse un extraño rodeado de exys resultó infundado: la mayoría lo trataba muy bien. Claro, no faltaba quien lo ignoraba por completo o quien lo mirase con curiosidad, no obstante, en general era como si estuviera trabajando en el Galileo o en el Van Leeuwenhoek. Sin lugar a dudas, no dejaba de admirarle la rapidez y eficiencia con que se hacían las cosas, las ideas brillantes y la perfección, pero los exypnos se veían más humanos acá, relajados y sintiéndose a gusto. Incluso había observado un cambio en Belinda, no solo porque ahora se presentaba con su verdadera apariencia, sino porque su rostro vestía más seguido una sonrisa y sus ojos tenían un brillo radiante. A pesar de la presión del trabajo, puesto que de su éxito dependía el futuro de todos, ella se hallaba relajada y emitía la misma confianza que do Santos notaba en el resto, aquella que parecía anunciar: por fin saldremos de la oscuridad.

Tan solo habían dos detalles que no dejaban de molestarle; uno era irracional, pero no podía evitar cierta incomodidad al ver a la agente rodeada de otros exys con ojos hambrientos, muchos tratando de ganar su atención. Por supuesto que era algo normal, ya que ella no solo era la recién llegada, también era una mujer muy atractiva. Sin embargo, comprenderlo no hacía que se le quitara la sensación, de querer tirar un puñetazo a la cara de todos y cada uno de esos superinteligentes imbéciles.

Belinda les sonreía, mas no parecía prestarles mayor atención. Al final, siempre terminaba conversando con Raymundo en la mesa que compartían con Dimos, Vania y Nicola de manera regular. Los dos últimos eran los únicos niños en el complejo; los exys genios que necesitaban para asegurar el suceso de sus cálculos relacionados con la trayectoria del opuesto. El cientifico del Van Leeuwenhoek no tenía la menor idea que pudieran existir exypnos con mayor capacidad intelectual que otros, esos dos pequeños eran una cosa fuera de este mundo en realidad. Lo que le causaba una mayor sorpresa era que el chiquillo no tuviera el mismo sentido del orden que el resto, parecía una persona un poco más emotiva y en muchos aspectos menos... ¿cómo podría decirlo? Menos exy, a pesar de que su inteligencia denotaba de manera obvia estar por encima de la norma. Por alguna razón que no llegaba a comprender, aquel infante lo miraba con resentimiento. Podría jurar, que el primer día que almorzaron juntos, él botó a propósito su vaso de jugo de uva, mojándole sus pantalones.

"¿Cuál es el problema con Nicola?" había preguntado un día Raymundo a Dimos.

"¿Problema?"

"Estoy casi seguro que no me aguanta, como que estuviera molesto conmigo, pero no entiendo qué le puedo haber hecho yo."

"No dormir bien, Raymundo," le respondió el ex-desaparecido con una carcajada.

Vania era diferente, parecía haberlo bienvenido desde el inicio y se la pasaba conversándole. Ella le contó que no sabía quiénes habían sido sus padres, que era como si, desde siempre, su único hogar hubiera sido el Einstein. Más de una vez inquirió acerca de ellos, obteniendo la misma respuesta sin falta: que sus padres murieron en un incendio del que lograron rescatarla; que como no tenía otros familiares, y después de examinarla en el hospital, decidieron que lo mejor para ella era ir al Einstein. Lo que a la pequeña aún no le quedaba claro eran las imágenes que tenía de su vida anterior, las percibía casi como sueños, por lo que muchas veces se cuestionaba si eran reales o solo parte de su imaginación. Se acordaba de una casa modesta, más bien pobre, en donde tres personas vivían con ella: dos adultos, que deducía serían sus padres, y otro niño mayor que ella, el que asumía era su hermano porque tenía su mismo color de cabello rojizo. Él parecía estar sonriéndole todo el tiempo con buen humor; era grande y fuerte o sería que siendo ella tan menor, ¿lo veía así? Aunque nunca le mencionaron la existencia de ningún hermano, que hubiera muerto con sus padres en el incendio, ni nada parecido. 

Le confesó a Raymundo, que lo que la tenía todavía más confundida era que se suponía que ella y su familia vivían en Saussezers, una ciudad muy grande. Sin embargo, la casa que recordaba no se encontraba rodeada por otras, se hallaba en el medio de un campo lleno de cultivos, bastante aislada. Vania estaba convencida que algo le ocultaban, no podía ser que esas imágenes, si bien era cierto no eran vívidas, provinieran solo de su imaginación. Entendía que no podía hacer mucho por el momento; su idea era tener paciencia por unos cuantos años más y, cuando saliera del Einstein, iniciar su búsqueda. Claro que, ahora, primero tendrían que terminar con Delik para poder regresar allí o, de repente, cuando los exys fueran aceptados le contarían lo que había pasado en realidad.

******

"¿Pensando en la inmortalidad del mosquito?" curioseó Belinda Alegre, al ingresar a su habitación y ver a su compañero de recámara mirando a la pared.

"Ah, hola Belinda, no te escuché llegar."

"Pensé que te iba encontrar dormido. Se me hizo tarde, pero valió la pena. Nicola formuló un cálculo vital y lo estábamos modelando para confirmarlo."

"Por tu cara, parece que no funcionó la cosa," apuntó Raymundo, que podía reparar con claridad que algo la tenía preocupada.

"No, todo fue perfecto."

"Entonces, ¿qué es lo que no va?"

"Nicola," respondió ella.

"¡Nicola! ¿Ahora se la ha agarrado contigo? ¿Te pisó el pie haciéndose el que no se daba cuenta o se le cayó de casualidad el pomo de sal en tu plato de comida?"

"No, Raymundo, no es eso," contestó la agente riéndose. "Fue un comentario que hizo hoy mientras estábamos trabajando, y me ha dejado pensando..."

"Si te dijo que pestañear más de tres veces por minuto es un síntoma de un defecto genético, que significa que hay la probabilidad de 97.56% que te quedarás calvo antes de los 50, no le creas. Ya verifiqué y no es cierto."

"No, Raymundo, no es eso," repitió ella todavía sonriendo "Es algo más serio."

El cambio en la expresión de Belinda le dijo a su amigo, que no era ninguna de las torturas creadas por el chiquillo; por lo visto, aún él tenía la exclusividad de acaparar toda su antipatía.

"¿Qué fue entonces?" preguntó esta vez con un tinte de inquietud, no le gustaba verla de malos ánimos.

"Cuando estábamos todos de lo más entusiasmados y felicitándolo por su hallazgo, él me llamó a un lado para conversar."

A do Santos no le pareció extraño; Nicola, desde el primer instante que vio a Belinda le agarró simpatía, muy por el contrario que con él.

"Me dijo," continuó ella, "que si todo salía bien, el resultado sería la eliminación de Delik. Yo me lo quedé mirando, sin comprender cuál era el problema, si justo eso es lo que queremos hacer. Advirtiendo que no veía su punto agregó: es básico; el universo vive en un estado de balance, ahora estamos interfiriendo con él destruyendo a Delik. Algo tendrá que pasar para equilibrar su desaparición, lo que no será el resultado de un evento natural. Es muy probable que no nos afectará a nosotros, por lo menos es lo que creemos, pero es definitivo que afectará a algo más."

La agente se quedó callada, perdiéndose de nuevo en sus propios pensamientos. Su interlocutor comprendió su inquietud. Era cierto, de alguna manera estaban jugando con fuego, tal vez ellos no se quemarían, no obstante, alguien o algo se vería afectado... Quién sabe cuáles serían las consecuencias para esos otros.

"Pero no hay otra alternativa, ¿verdad?" prosiguió ella, casi hablando consigo misma. "Sobre todo, no hay tiempo para pensar en otra solución."

"No, no hay," reiteró su colega, que de pronto sonrío, acordándose de algo. Buscó adentro del cajón de su mesa de noche y sacó un pequeño paquete. "Te guardé estos alfajores que trajeron de postre durante la cena. Tú te fuiste antes para trabajar. Sé que te encantan."

"¡Gracias Raymundo!" exclamó Belinda con un brillo glotón en los ojos, "¡eres el mejor compañero de cuarto del mundo!" 

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