Intento 83

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Nicola se sentía contento de haber convencido a Vania a que huyera con él. Todavía no estaba seguro a dónde irían apenas salidos de este lugar, pero ella no sabía eso. Por suerte le creyó cuando le dijo que, para la noche, él ya habría pensado en algo... Porque debían fugarse hoy, de no ser así, tendrían que esperar un mes para tener la misma oportunidad, ¿y quién sabe si, durante ese tiempo, encontraban la falla en el sistema y, entonces, no podrían escaparse? Tampoco era que le hubiera mentido a su amiga; él se la había pasado cavilando el asunto el resto del día, no obstante, aún no se le había ocurrido nada. En realidad, tenía su mente ocupada en revisar el plan que habían montado, estudiando todas las posibilidades de algo que pudiera salir mal y ver de qué manera resolverlas.

Se acercaba la hora; la mayoría de la gente ya estaría durmiendo, aparte de los fanáticos del trabajo, quienes gustaban de quedarse hasta pasada la media noche en sus investigaciones. Esperaba no toparse con ninguno de ellos en algún corredor y que frustraran su evación. Nicola miró el pequeño reloj de su mesa de dormir por milésima vez; él se hallaba recostado en su cama tratando de relajarse, si bien le era incómodo, ya que vestía chompa, casaca, gorro, guantes y hasta sus botas de invierno, listo para enfrentar la nieve y el frío de la madrugada que lo esperaban afuera. 

Se alegraba que los cuartos no presentaran cámaras de seguridad; ninguna parte del complejo las tenía en realidad, salvo algunas habitaciones que servían como salas de conferencia, sin duda porque el Jefe querría estar enterado de lo que se dijera dentro. Tan confiados se encontraban con su sistema de custodia, que no les interesaba invadir la vida privada de los residentes. El aspirante a prófugo no dudaba, que tal hecho era con el propósito de tenerlos contentos y no hacerles sentir que vivían encerrados en una prisión. Mas a él no lo engañaban, a pesar de todas las comodidades que pudieran ofrecerle, todas las gollerías, todos los detalles, que denotaban el trabajo que ponían para que cada miembro se sintiera como en casa y que era su nuevo hogar, Nicola sabía bien que esto era una cárcel y punto. A él, todo ese esfuerzo le importaba un comino, nunca lo convencerían que era libre de hacer lo que quisiese. Sabía que no era verdad, partiendo del principio que no podía salir al exterior y hacer una guerra de bolas de nieve con sus amigos.

Tres suaves golpes lo hicieron saltar de la cama y dirigirse a su puerta para abrirla. Allí se hallaba Vania, también vestida para enfrentar la peor tormenta de copos blancos. Les fue fácil encontrar ese tipo de ropa, puesto que la necesitaban si escogían poner un ambiente frío en una sesión de los parques. La chiquilla entró a su dormitorio, cerrando con rapidez el ingreso detrás de ella; se veía nerviosa y el chico se dijo que debía ser la misma expresión dibujada en su rostro.

"¿Lista?" le preguntó.

"Lista," respondió ella sin titubear, mostrando el equipo que llevaba consigo en sus bolsillos.

Nada difícil de obtener: un librel para comunicarse una vez que estuvieran fuera, un fajo de billetes de dinero y una linterna lapicero, de esas potentes que alumbran a gran distancia. Nicola también tenía un librel, era algo que todos utilizaban todavía en este emplazamiento como un sistema de correspondencia, aunque no podían usarlo para el mundo externo porque la edificación se encontraba aislada de tal manera, que evitaba que llegara y saliera cualquier onda de transmisión, salvo el método que el Jefe utilizaba, claro está. El efectivo era más difícil conseguir, debido a que nadie lo necesitaba en su nuevo domicilio. Sin embargo, había un grupo que se dedicaba a falsificar billetes como pasatiempo, puesto que era un reto hacer una copia perfecta. Vania ayudaba en ese laboratorio a veces, por lo que tuvo acceso a los susodichos. Las linternas tampoco eran necesarias donde vivían, pero también se utilizaban en los parques, si uno escogía ubicarse en el interior de cavernas o en medio de una noche.

"¿Tienes, tú, lo tuyo?" preguntó esta vez la niña.

"Acá está," Y le mostró, aparte de su librel y su linterna, un pedazo de cuerda y un SPG que tomó prestado del laboratorio de investigación geográfica.

"Entonces, vámonos," sentenció la pequeña pelirroja, tomando de la mano a Nicola y arrastrándolo hacia el egreso de su alcoba.

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