Intento 98

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La oscuridad por fin cayó encima de la carpa que habían montado en el lugar designado por el SPG suministrado vía 76 y 77. Ese punto era el sugerido para detenerse, en caso de que llegaran cerca del centro poblacional antes que la luz del día los hubiese abandonado. Tuvieron que pasar alrededor de una hora esperando la noche dentro de dicho alojamiento portable, ya que decidieron seguir la indicación dada por 77 de no arriesgarse a salir cuando estuvieran muy cerca de la ciudad. No era un emplazamiento usual para acampar, pero si alguien andaba por allí, solo pensaría que era una tienda de campaña más y listo. El problema sería que los vieran, ya que, sin ápice de dudas, reconocerían que eran seres extraños a su planeta, Je-Mor.

El lapso que transcurrieron en el interior de su yurta alienígena, lo dedicaron a estudiar con detenimiento el camino que tendrían que seguir para arribar al domicilio del Inventor. Al parecer, este se localizaba en un pueblo pequeño, al límite de la región desértica de donde se hallaban. No debería llevarles más de una hora alcanzarlo; sin embargo, pese que ya hubieran querido partir de una vez, sabían que estaban obligados a esperar un tanto extra para que los residentes vaciaran sus calles y así evitar toparse con nadie. 76 y 77 les habían asegurado que los centros poblacionales eran localidades con casas y vías al estilo de su propio mundo y que, al igual que ellos, cuando la luz del día se iba, la gente tendía a pasarla al cobijo de sus moradas para después ir a relajarse en algo muy similar al sueño de los humanos.

Malcini decidió dormir un rato para recobrar sus energías. Por un segundo, su socio entró en pánico, mas recordó que la noche anterior, aunque pareciera increíble, no había sido bombardeado por los ruidos odoríficos con los que su compañero lo tenía acostumbrado. Samuelsen también se sentía fatigado, pero vio que los demás se preparaban a salir para tomar otra clase de defensa personal, aprovechando la oscuridad del ámbito, y decidió unírseles. No fue una sesión muy larga, el grupo estaba cansado por el largo día. No obstante, les ayudó a olvidarse por unos momento, de la tensión de entrar a un lugar desconocido en su totalidad y reunirse de una vez por todas con el famoso Inventor.

Vino el tiempo de desarmar la carpa. El rubio gigantón se percató con alivio que su compinche no la había perfumado durante su siesta. Una vez listos, prendieron sus linternas para alumbrar el trayecto, retomando la marcha. Después de unos veinte minutos, comparecieron al final del sendero y este dio cabida a uno de mayor tamaño, cuyo suelo dejó de ser la mezcla de roca y arena a la que se habían acostumbrado sus pies. Lo que los acogió fue un piso construido que se hundía de manera sutil a cada paso, como amortiguándolos. Sin ponerse de acuerdo, cada uno apagó su luz porque el suelo emitía una luminiscencia tenue, mas lo suficiente clara como para ver dónde se encontraban con cada pisada. Después de otros diez minutos, pudieron percibir las siluetas de las residencias; no parecían ser edificios altos, todo lo contrario, y pocos se hallaban iluminados, sugiriendo que la mayoría de habitantes ya reposaba dentro de sus hogares.

Nadie osó a hablar y continuaron caminando, tratando de hacer el menor ruido posible. Iban en fila de a uno siguiendo a Isabel, que era quien todavía tenía el SPG. A la postre, llegaron al pueblo en sí, entrando a una arteria con viviendas por ambos lados. Las edificaciones eran de tamaño cómodo, no muy pequeñas, pero tampoco parecían ser demasiado grandes ni, mucho menos, ostentosas. Daban la impresión de tener un perfil rectangular, mas se diferenciaban entre ellas por la forma del techo que mutaba de plano a angular, con picos de dimensiones variopintas, con arcos, pequeñas cúpulas, con conos o formas cóncavas. Era difícil distinguir los colores de sus fachadas porque no se mostraban esclarecidas, sin embargo, semejaban reflejar diversas gamas de oscuridad, lo que indicaba que seguro tenían un colorido diferente.

Isabel los condujo a voltear varias veces hasta que, de un momento a otro, se detuvo en una esquina para consultar el SPG. Sin decir palabra, elevó el brazo y señaló una de las moradas de esa calle, dando a entender que tal era el lugar al que debían dirigirse. Aún guardando silencio, se enrumbaron hacia aquel. Apenas estuvieron a uno o dos metros dando la cara a la vivienda, esta se iluminó de modo automático, causando un sobresalto a los foráneos. Esteban dio unos pasos adelante y el resto lo siguió. Miró con curiosidad el umbral, buscando algún timbre o algo que invitara a ser golpeado para anunciar su presencia, mas no detectó nada. Cuando ya había levantado el antebrazo y hecho un puño con la mano, listo para dar unos golpecitos, una voz diáfana y femenina les ordenó:

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