Intento 111

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Ni bien Esteban terminó de señalar a L-Hembra la imposibilidad de abrir la puerta sin tener la llave, sintió que ella se movía adentro de su bolsillo, produciendo un ruido como rascando uñas sobre metal. Casi sin poder ni querer creerlo, puso su mano con cuidado adentro y sacó un tubo idéntico al que habían utilizado los supervisores hacía unos momentos. Antes que él o Isabel pudieran preguntar nada, la inusual lagartija les explicó que apenas notó que tal aparato era lo indispenable para su huida, ella se escabulló rápido y en silencio al interior de la faltriquera del  policía je-morino que guardaba la herramienta de escape. Una vez la tuvo bien sujetada, partió con prontitud y se fue a una esquina de la habitación. Pudo hacer todo eso sin ser vista gracias a su gran habilidad para mimetizarse, destreza que L-Macho siempre admiraba. ¡Cómo se hubiera sentido orgulloso de ella!

En ese rincón esperó hasta que sus guardianes se fueran porque, tal vez, ellos debían utilizar la preciada llave para volver a acerrojar la salida. De ser así, ante el primer gesto que indicara que uno de ellos se llevaba la mano al bolsillo para tomarla, ella se escurriría veloz a aquel de su colega y allí devolvería lo que buscaban. Sus carceleros terminarían sobremanera confundidos, interrogándose de qué manera llegó allí, pero por lo menos ni Isabel ni Esteban se encontrarían en un peor aprieto, como los responsables de haber tratado de robarla para fugarse. Mas nada de eso sucedió; al parecer, la barrera de su acceso al exterior no necesitaba instrumento alguno para cerrarse con seguro.

El hijo de Mariana se quedó mirando el pequeño tubo que tenía asido, dando la espalda a los Crompelis para que ellos no lo vieran, tapando asimismo a L-Hembra instalada de lo más cómoda y fresca en la palma de la piloto de Marios. Él reconoció en la expresión de esta última que se estaba impacientando: no entendía qué era lo que esperaba para lanzarse a la puerta, abrirla y salir corriendo de su presidio. En cambio, su socia del Punto de Contacto sí ; ella podía leer sus pensamientos conectándose con él y comprendió, que su titubeo era debido a que estaba pensando en qué harían apenas cruzaran el umbral, qué otro tipo de protección habría en donde se localizaban y cómo evitar ser vistos por cualquier supervisor que merodease por allí.

El científico, a pesar de hallarse ensimismado hurgando la mejor estrategia a seguir, no pudo dejar de notar que a su compañera reptil se le dibujaba una sonrisa de satisfacción en su rostro, de aquellas que acostumbraba a ver y que, solo debido a su estrecha relación, él podía distinguir con suma claridad. La singular lagartija se movió un poco para también llamar la atención de Isabel y les contó, que cuando estaba mimetizada en la esquina, se conectó con ambos vigilantes para saber cómo funcionaba el sistema de seguridad de este sitio, así como cuántos más se encontraban encargados y resguardando al mismo.

Resultó que tenían tanta fe en su circuito de cerraduras que, aparte de ese, no había ninguna cosa adicional; no alarmas, no cámaras de video ni sistema parecido. Para entrar y salir del edificio, solo existía la puerta principal por la que habían pasado y aquella se abría de modo automático al percatarse de la presencia de cualquier supervisor o, en su defecto, al utilizar la llave; sí, la misma que Esteban sujetaba en ese instante. Les informó también que no habría nadie en el inmueble por el resto de la noche, ya que se hallaban tan ocupados con lo de las celebraciones.  Si algún problema fuera causado por los residentes, ellos lo advertirían por medio de la comunicación de auxilio que fue ofrecida a Isabel o a través de un detector de vibraciones, el que se activaría en caso de percibir alguna de tipo violento y enviaría una alarma indicándoles tal hecho. En otras palabras, podían irse como si estuvieran saliendo de su casa.

El explorador del Punto de Contacto preguntó a L-Hembra cómo era posible que se hubiese conectado tan rápido con la mente de los supervisores mientras con ellos, tanto la aludida como a su pareja, les había tomado más de un par de días para hacerlo. La inteligente saura no tenía una respuesta precisa sobre el asunto, no obstante, creía que podría ser debido al hecho que la comunicación entre los seres de Je-Mor era sobre todo mental; de alguna forma, sus ondas cerebrales presentaban mayor apertura a la conexión. Ambos humanos se confundieron con dicha revelación, ya que ellos no solo escuchaban las voces con claridad, sino que veían mover la boca y labios de las personas cuando les hablaban. Mas no era el tiempo de discutir sobre esas cosas, era el momento de actuar; partir e ir a extraer lo que habían venido a buscar en La Antigua Ciudad de la luz. Sin embargo, existía un obstáculo extra en el que tenían que pensar: los Crompelis. Isabel, entre susurros, sugirió que esperaran a que ellos durmieran, pese que, por lo que podían ver, la espera iba a ser larga; los sujetos en cuestión estaban sentados, observándolos con cautela y resentimiento, quién sabe planeando qué. Por otro lado, tampoco podían perder más minutos, cada instante que pasaba significaba aproximarse más al Día del Inicio, el que se suponía debían evitar que ocurriera.

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