Intento 125

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No era un cuarto grande, pero el hecho de que por paredes tuviera vidrios transparentes daba la sensación de tener mayor espacio. Al mismo tiempo, robaba el sentido de privacidad, como que uno estuviera expuesto en una vitrina de tienda donde todo el mundo te puede ver. Más allá de los muros de lunas, se ubicaban asientos como de teatro a su alrededor, ocho filas de ellos. En la entrada se hallaban dos guardias de seguridad recién llegados esa mañana; el Jefe los había enviado para evitar que nadie que no fuera invitado ingresara, y para imposibilitar que a cualquiera de los visitantes se le ocurriera amenazar el lanzamiento del opuesto.

Aquella habitación había sido antes uno de los parques, que siendo las salas más grandes del complejo (aparte de la cafetería), eran ideales para ser transformados de tal modo. Un estrado principal daba a la puerta del centro de control, donde se acomodarían los periodistas con sus cámaras, filmando el momento exacto en que se pasarían las coordenadas que provocarían la partida del exterminador del agujero negro. En dicha tribuna, también se ubicarían algunos de los científicos y técnicos que habían trabajado en el proyecto Delik en el Galileo, incluyendo el Profesor Saturnino Quispe.

Nicola observó con curiosidad la butaca situada adelante y al medio, era la que sería ocupada por el famoso Jefe. Este se encontraría sentado mirándolo directo porque sería él, quien le daría la señal de apretar el botón blanco que tenía al frente. La visión de un hombre barbudo y calvo, de cejas gruesas y dientes podridos, se dibujó en su mente. Era Jinklu, el personaje villano de sus historietas de Glantischy, el que a último minuto siempre lograba escaparse.

Volvió a verificar los paneles de la consola, así como la pantalla doble que tenía por encima, presentando por un lado a Delik y, por el otro, la nave que enviaría el opuesto. Todo se hallaba tal cual planeado: en perfecto estado y sin problemas. Él se había sentido nervioso esa mañana; tomó desayuno solo con Vania, no le provocaba conversar con nadie más, ya que sabía que el resto le preguntaría acerca del lanzamiento y no tenía ganas de hablar del asunto. Era una situación casi tan teatral como sus revistas de tiras cómicas, ¿qué tanta cosa era empujar un botón? Cualquiera era capaz de llevarlo a cabo. No obstante, por el cuento del juramento del silencio tan solo podían hacerlo él o Vania, y como estuvo trabajando tanto en ese proyecto, el primero fue la lógica elección. Aún quedaban unos quince minutos para que los invitados asomaran las narices y unos doce extras antes de que, por fin, presionara el bendito pulsador y pudiera salir del dichoso cuarto.

Nicola alargó la mano para beber otro sorbo del lassi de lúcuma que se había llevado. Sabía que era en contra de la reglas, que no tenía derecho de llevar ni comida ni líquidos, mas no era yaba leer historietas sin tener algo para comer o tomar; por lo que impidió que los guardias de seguridad vieran el refresco, escondiéndolo entre su pecho y las revistas que llevó para distraerse leyendo. Aquellas que ya había releído se encontraban tiradas al lado de la puerta, para tenerlas separadas de las recientes. Vania hubiera dicho que eran un desorden total, pero eso del orden poco le importaba.

El lassi estaba riquísimo, todavía tenía poco menos de medio vaso lleno, mas decidió no terminarlo: por los nervios, comenzó a sentir que iba a necesitar ir a la sala de baño y si continuaba a beber no se iba a poder aguantar, y siendo cerca del momento en que la gente iniciaría a ingresar... Lo puso a un costado de la mesa, ocultándolo detrás de la montaña de cómics que trajo consigo. Luego de cumplida su misión lo acabaría.

Nicola fijó la mirada en el botón blanco por enésima vez, aquel estaba protegido por una caja transparente, que se abriría a la hora indicada del despegue de la nave. A su costado había otro igual, pero de color negro. Su cobertura de protección no se destaparía: si alguien querría usarlo tendría que golpearlo con fuerza para romperla. El pulsador oscuro era el inevitable contrario del claro; este cambiaría las coordenadas de dirección del opuesto, enviándolo a un lugar diferente. Dicho mecanismo solo funcionaría durante los primeros dos minutos después del lanzamiento.

Tanto a él, como a la mayoría de los residentes del complejo, les parecía una pérdida de tiempo haber trabajado en un mecanismo de interrupción, no veían su necesidad. Sin embargo, eran órdenes directas del Jefe así que, les gustara o no, tuvieron que incluir ese dispositivo. Era evidente que la razón de ello fue para añadir drama a la situación; el Jefe quería impresionar y, como cualquier buen relato, debía tener un artilugio para abortar. Tal hecho fue una confirmación para todos los que sospechaban que no era uno de ellos, un exypno. Ese tipo de lógica era errada: trabajar en algo que no se usaría, solo para presumir y aparentar, era una cosa que un exy nunca haría.

¡Qué aburriiiiiiiido!, se dijo el niño, mejor me pongo a leer hasta que lleguen, y tomó una de sus historietas para matar el tiempo. Aunque no pudo avanzar de la primera página porque unos pasos acercándose lo distrajeron. El chiquillo se cuestionó cómo era posible que los de seguridad hubieran dejado entrar a alguien antes de la hora prevista, sobre todo a una persona desconocida; con certeza, no era nadie que vivía en el complejo. Siguiéndola con los ojos, vio que subía al estrado y se acomodaba en la silla que daba de cara a él. Nicola quedó estupefacto mientras que una sonrisa cálida y amable lo saludaba. Él no pudo contenerse de responder con otra; sin lugar a dudas, el Jefe no era ni calvo ni barbudo.

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