Intento 86

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Todos escucharon sin interrumpir el relato de Esteban. Cuando terminó, tenían tanto por procesar en su cabeza, que no se les ocurrió cuestionar nada, simplemente se quedaron mirándolo. Alex se preguntaba si el científico había perdido la razón por completo, sin embargo, su historia era tan elaborada y tan increíble, que de alguna forma parecía aún más difícil inventarla, a que no fuera real. Samir hizo las conexiones lógicas y no podía ver ninguna contradicción en lo narrado; la única conclusión a la que podía llegar, por más que le diera vueltas al asunto, era que lo que les acababa de contar era cierto.

Mandi fue la primera en despabilarse del estupor que los había envuelto por la impresión de todo lo oído. Volvió su atención hacia el lugar donde provenía el lamento, que todavía no cesaba de acompañarlos, y vio a L-Hembra al lado del cuerpo inerte de su pareja. Con un suspiro, se paró con lentitud y fue donde ella, mientras que el resto la seguía con la mirada.

"Lo siento mucho," logró balbucear la chica, con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, a la vez que se sentaba a su lado. "Ya sé que me comprendes... Solo quería decirte que estamos muy tristes..."

La lagartija prosiguió su canto como si nadie se encontrara a su lado.

"Me imagino que quieres estar sola sin que alguien te moleste, pero no quiero dejar de agradecer a L-Macho. Si no hubiera sido por él, todos estaríamos muertos ahora. Sé que no me puede escuchar, pero por lo menos te puedo dar las gracias a ti, L-Hembra... De alguna manera es como decírselo."

En ese instante, el pequeño reptil levantó por unos segundos la mirada en gesto de aceptación. Esteban, Isabel, Samir y Alex se acercaron también y, sin palabras, le dieron a entender que sus sentimientos eran los mismos expresados por Mandi.

De un momento a otro, la bruma que los abrazaba comenzó a desvanecerse y por fin pudieron ver donde se encontraban. Era un cuarto desnudo con paredes y piso blancos, que hubieran hecho recordar a Samir al Einstein si no fuera porque estaban cubiertos con una espesa capa de polvo. Hacia su derecha había una gran ventana, a través de la cual no se podía distinguir mucho, también debido al polvo acumulado en la misma. Lo que sí se lograba percibir con claridad, eran dos pares de lucecitas dirigidas hacia ellos.

Todos se aproximaron con precaución hacia el ventanal. Samuelsen también se levantó por fin y se dirigió hacia aquel, mientras que Malcini permaneció tendido por si acaso; no vaya ser que resulte algo peligroso, mejor ver que les ocurría a ellos primero. Lasalo continuaba todavía feliz haciendo la siesta.

Una vez al frente, distinguieron que las pequeñas luces eran los ojos de dos rostros pálidos sin ninguna cabellera que los enmarcara, carentes de toda expresión y, tan solo porque era obvio que se hallaban observándolos, tuvieron que admitir que no se trataba de dos maniquíes desprovistos de peluca detrás de un escaparate. Antes que alguien pudiera decir nada, uno de ellos les sonrío y con un gesto de la mano les indicó que esperaran, entretanto con la otra, pareciera que estuviera haciendo algo en una mesa por debajo de la ventana. A los pocos segundos, el vidrio que los separaba comenzó a descender.

"Bienvenidos, bienvenidos a Je-Mor" dijo el que les había estado sonriendo y señaló con su mano que cruzaran, mientras él y su compañero se hacían a un lado.

Esteban y Samir fueron los primeros en pasar, solo tenían que levantar un poco su pierna para sentarse en el dintel y luego dejarse caer al otro lado. Mas el primero no dejaba de observar los movimientos de sus perseguidores: por el momento no parecen presentar ninguna amenaza y se ven tan confundidos como nosotros, pensó. Estaré atento. Al primer indicio de peligro no me será difícil subyugarlos con algunos golpes básicos de Sugino Sensei.

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