Intento 89

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 "Saben que no podemos quedarnos acá, regresemos al complejo," les dijo Dimos. "Allí conversaremos más cómodos."

Aún muy aturdidos por la sorpresa, Nicola y Vania dieron media vuelta y lo siguieron sin protestar. Nadie pronunció palabra alguna, tan solo el crunch, crunch, crunch de sus pasos sobre la nieve los condujo hasta la entrada-salida del complejo. Al igual que el ducto de ventilación, se hallaba camuflada entre la vegetación, además de presentar una imagen visual de ser una pared de rocas, por si acaso a alguien se le ocurriera pasar por entre esos arbustos. La puerta se abrió apenas el adulto presionó el código apropiado para ese momento. Nicola, por un segundo, pensó en correr lo más rápido posible en la dirección opuesta, sin embargo, sabía que iba a ser un esfuerzo inútil; tanto él como su compañera no tenían otra opción que la de retornar.

Tan pronto como Dimos cerró la puerta detrás de ellos, les volvió a dirigir la palabra:

"Sé que deben estar muertos de cansancio, pero tenemos que hablar un rato antes de que regresen a sus cuartos. ¿Qué les parece si vamos a un parque? Creo que es más divertido allí que en uno de los salones de conferencia."

Él no esperó que le contestaran, dirigiéndose hacia el parque más cercano. Una vez adentro, escogió el medio ambiente playa, su preferido, y en unos instantes los tres se hallaron sentados en la arena tibia. El del cabello amarrado en cola dejó que Vania y Nicola se quitaran sus casacas y chompas antes de comenzar, para que no se sofocaran de calor. Ya por fin bien acomodados, cambió su sonrisa por una expresión seria, pero no una de reproche, más bien era como casi pidiendo perdón.

"Miren, no crean que estoy feliz de haberles hecho esto, al revés, si por mí fuera, me hubiera hecho el loco y los hubiera dejado irse. Incluso, si hubiera podido, les hubiera ayudado."

"Entonces, Dimos, ¿por qué no lo haces? Todavía hay tiempo...," replicó el más joven un tanto esperanzado.

"No puedo. Y no es porque tenga miedo a las represalias o algo así, es porque los necesitamos acá a ustedes dos; a ti y a Vania."

"¿Necesitarnos? ¡Para qué! Si todo lo que hacemos es estudiar, investigar y dar pocas sugerencias en algunos proyectos, pero nada importante. ¡Ni siquiera tiene sentido que nos hayan traído aquí en primer lugar!" terminó diciendo el aludido, esta vez no pidiendo, sino reclamando en tono furioso.

"Tu lógica es perfecta, Nicola, dame unos momentos para explicarles," y Dimos les expuso la situación acerca del agujero negro y cómo ahora el esfuerzo del complejo se debía centrar en evitar que Delik destruyera al planeta.

Los dos chiquillos escucharon con ojos llenos de concentración y asombro. Cuando se terminó la exposición del asunto, en esta ocasión fue Vania quien habló:

"Guau, no teníamos la menor idea... Por eso es que, de pronto, tenías menos tiempo para estar conmigo y parecías más dedicado al complejo, en vez de odiarlo como antes, ¿no?" Ella no dio tiempo a que Dimos le respondiera y continuó, "Eso no explica por qué no nos dejaste ir. Espera, estoy dormida creo, recién me doy cuenta..."

"Quieres que trabajemos también en el proyecto," completó Nicola.

"Sí, por eso los trajeron acá. Resulta que sus dos mentes son las mejores para resolver cálculos astrofísicos. Yo estuve intercediendo por ustedes, haciendo todo lo posible para que no los envuelvan en esto y puedan pasarla más o menos bien por acá, en cambio de metidos veinticuatro horas al día en este proyecto. Tenía la esperanza que al final encontraríamos la solución sin su ayuda, pero el tiempo se nos está haciendo corto, no podemos darnos el lujo de esperar más. Necesitamos que trabajen con nosotros."

"Y nosotros no podemos decir que no," apuntó Vania, mirando de reojo a su cómplice de fuga, sintiéndose aliviada de ver que él también aceptaría.

"Sí, claro, los ayudamos. Pero, ¿y después qué?" preguntó él.

"Después, y esperemos que haya un después," contestó el mayor de los tres, "será un nuevo mundo para nosotros, seremos aceptados de forma abierta y ustedes podrán regresar al Einstein a ser niños otra vez."

"Es que acá me han salido bigotes y a Vania le han crecido las te... ¿el busto? ¡Todavía no somos viejos!" protestó el prófugo que no fue.

"Sabes a lo que Dimos se refiere, Nicola," intervino su amiga riéndose, imaginándoselo con bigotes.

"Ya pues, yaba. Es un trato," afirmó el pequeño. "Pero antes de irnos a nuestros cuartos, me tienes que decir cómo fue que supiste de nuestro escape. No puedo creer que mis cálculos tengan algún error. Encima, como todo funcionó tan bien para llegar al conducto de ventilación, la probabilidad de éxito que nadie nos viera había aumentado a un ¡98.76%!"

"Seguro que tus cálculos fueron exactos, Nicola," replicó Dimos, "pero a veces tenemos que aceptar la posibilidad de que suceda ese 1.24% que no deseamos. En tu caso, fue un recién llegado que no podía dormir, eso hizo que pudiera escuchar el mínimo ruido que hicieron ustedes al pasar por encima de su cuarto. Cualquiera de nosotros hubiera pensado que era el tubo de ventilación vibrando, pero resulta que esta persona no solo había estado tratando de dormir por un buen tiempo, sino que su lógica es diferente a la nuestra. Necesitaba reclamar por lo ocurrido y silenciar lo que fuera que estuviera pasando; para eso se comunicó conmigo. Por otra casualidad, justo hoy me pusieron en el turno de seguridad por el hecho que yo conozco a las dos personas recién llegadas de manera personal. Fue así, que cuando el que no podía dormir me llamó para decirme acerca de la bulla, yo me encontraba ya al tanto del problema con el sistema de emergencia. En fin, que conecté el hecho del ruido con el malfuncionamiento y comencé a sospechar algo más. Decidí ir a ver afuera cerca del ducto de ventilación, solo por si acaso, y allí los encontré. No fue tu culpa, Nicola. Como dirían los que no son del Einstein, fue mala suerte."

"La suerte no existe, Dimos," repuso su interlocutor en un tono amargo para alguien de su edad.

"Tal vez no, pero no siempre las probabilidades matemáticas garantizan el éxito."

"Vámonos a dormir," sugirió Vania, que ya se le cerraban los ojos. "Dimos, ¿mañana crees que nos puedan hacer un desayuno con waffles de arándanos?"

"¿Hacen waffles de arándanos acá?" preguntó el chiquillo sorprendido.

"Solo para ocasiones especiales," respondió el que detuvo su huida. "Pero estoy seguro que lo puedo arreglar para ustedes dos."

"¡Yaba!" exclamó Nicola.

Dimos los acompañó a su cuarto, contento de ver que ambos parecían haberse olvidado de la frustración de su escape y esperarían con ansias su desayuno.

"Niños," murmuró entre dientes, y él también se fue a descansar.

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