Intento 37

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Jorgen Samuelsen había tenido un día terrible encerrado con su asociado en el cuarto el que se despertó no más dos veces: una, a la hora del almuerzo, y la otra, a la hora de la cena. En ambas ocasiones le pidió que le trajera la comida a la habitación, para que pareciera verdad la historia que le inventaron a la dueña de La Familia: Malcini había atrapado una gripe terrible y pasaría en cama todo el día descansando. Tan lejos de la verdad no era porque se la pasó durmiendo, solo transcurrió a la acción por unos minutos al poco rato de terminar sus alimentos, tiempo en que su camarada agradeció a todos los poderes del mundo el no haberse olvidado de tomar su pastilla contra el mal olor. 

Cuando Samuelsen le preguntó la causa por la que tenían que estar enclaustrados, en vez de salir a conocer el pueblo y pasearse un rato, Malcini le respondió en tono de pocos amigos, que era evidente ya que no debían llamar la atención porque, si Yurusalem Zodevilla se había dado el trabajo de desvanecer, no era una buena idea que la gente de Analucía se enterase que alguien la andaba buscando, eso echaría a perder su anonimato. A eso agregó, que tal era la razón precisa por la que deberían visitarla entrada la noche, sin testigos que pudieran provocarle problemas. En realidad, a quienes se hallaban encubriendo eran a dos personas: la madre, Yurusalem, y la hija mayor, Mandolina, porque el rubio gigantón se había enterado durante el almuerzo mientras le hacía conversación a la niña de la Sra. Suon, que la mujer que buscaban se había vuelto a casar y utilizaban el apellido de su nuevo marido, Naresh Vora. Al parecer la familia había aumentado de manera exponencial y los últimos arribados eran un par de gemelos idénticos.

Siendo cerca de las diez de la noche, a Samuelsen le estaba agarrando un sueño tremendo mienras que, por su parte, Malcini seguía roncando como un tronco en la cama. Su cómplice se preguntaba cuándo irían a ver a Yurusalem Zodevilla, incluso ya era demasiado tarde en el día para cualquier visita. Con un remezón en el hombro, despertó a su compinche.

"¿Qué pasa?" exclamó él medio dormido todavía. "¿Ya son las dos de la mañana?"

"¿Las dos de la mañana? Por supuesto que no, pero ya son casi las diez de la noche. ¿A qué hora piensas salir para presentarnos donde los Vora? De repente ya hasta están durmiendo. No me parece buenas maneras, Malcini, caer a una casa sin invitación y encima a estas horas..."

"Samuelsen, ¡cómo siempre te tengo que explicar la cosas por cucharitas!" repuso su compañero de cuarto ya despierto por completo. "¿No te he dicho antes, que no sería bueno que la gente de Analucía se enterara que Yurusalem Vora es también Yurusalem Zodevilla? ¿Que si ella ha elegido ocultarse por acá debe tener sus motivos y que no seríamos, como tú dirías, unos caballeros si delatáramos su identidad original?"

"Sí," respondió el aludido, con tono de alumno contestando a un profesor que ha defraudado. "Pero ya no hay nadie en la calle, podríamos ir sin problemas ahor..."

"Samuelsen, Samuelsen, veo que aún no entiendes. No vamos a ir de visita, vamos a entrar en su casa sin que nadie se dé cuenta. Tú me dices dónde está, yo ingreso, dejo el paquete y listo."

"¿Te refieres entrar como si fuéramos dos ladrones?"

"No como ladrones, Samuelsen, ¡¿quién piensas que es Rigoletto Malcini?!" replicó él indignado por completo. "No sé tú, Samuelsen, pero yo soy un hombre de honor, y si no fuera porque todavía te necesito, ¡te haría comer tu ofensa en este mismo instante!"

"Perdón, Malcini," se excusó el reprendido y agregó en forma tímida: "Pero no me parece correcto entrar a la casa de alguien en medio de la noche de esa forma."

"No te preocupes, Samuelsen, tampoco a mí me gusta la idea, mas lo hago pensando en la señora Zodevilla. Estoy seguro ella se mostrará muy agradecida que actuemos de esta manera. ¿Estamos de acuerdo?"

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