Intento 97

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Dos días más; ya era una semana. El trabajo por momentos parecía interminable, habían tantas posibilidades en las que Raymundo no había pensado antes con relación a las mutaciones de virus y bacterias, que la tarea parecía imposible de cumplir en el plazo disponible. Sin embargo, él terminaba cambiando de opinión al respecto cada vez que obtenían resultados en tiempo récord, recordando que no se hallaba solo; formaba parte de un equipo cuyos miembros poseian un intelecto superior a cualquier persona promedio o normal. A veces, no podía evitar la sensación de sentirse como un idiota al encontrarse rodeado de tanto geniecillo, pero la realidad era que él aportaba manos extras para el proyecto y, de vez en cuando, para su propio asombro, contribuía con ideas que al resto no se le habían ocurrido.

Parte de sus responsabilidades era Vania; Dimos le pidió (era más una orden que otra cosa, solo que él no quiso ponerla como tal), que tomara momentos para cerciorarse de que ella estuviera bien y contenta. Le dijo que esa había sido una sugerencia directa del Jefe, que quería que se aseguraran del bienestar de la niña y que él, el Jefe,  estaba convencido que podían confiar en do Santos para dicho cometido. Fue así que, durante el intervalo libre que tenía como los demás para descansar y laborar con mayor eficiencia después, por lo general lo pasaba con ella en alguno de los parques. Nicola de vez en cuando los acompañaba y no dejaba de aprovechar la oportunidad para hacer alguna trastada a Raymundo; otras prefería quedarse en su cuarto, leyendo las últimas historietas que le traían del mundo exterior; muchas veces tan solo no podía ir, tenía que utilizar ese lapso para seguir trabajando. A pesar que debía reposar como todos, a menudo la urgencia de su talento era mayor y su ciclo de holgar se veía disminuido, mas nunca cancelado por completo. Varias veces, Belinda se les aunaba cuando no aprovechaba ese momento en el gimnasio; hacer ejercicio era parte de su vida diaria. Según ella, era la mejor forma de relajarse y recargar sus energías.

Ese día, el no exypno de la base se encontraba justo en uno de los parques, en el ambiente que a Vania le gustaba tanto, ese que le hacía recordar a un lugar perdido en su memoria. Se hallaban jugando una partida de ajedrez molecular en la que, para variar, ella estaba ganando, cuando Belinda Alegre entró. Vestía su ropa de deporte, pero no parecía que hubiese hecho ningún ejercicio; se la veía fresca, como recién salida de la ducha.

"¡Hola! ¿Otra vez suicidándote, Raymundo, con el ajedrez molecular?" preguntó.

"No es un suicidio," apuntó él, "es una competencia."

"Pues, de la manera que yo lo veo, sí lo es. No hay forma que ganes a Vania en eso, no entiendo porqué te gusta sufrir," reiteró su compañera sonriendo, mientras que la chiquilla reía suave por lo bajo para no ofender a su contrincante. Él era el único que aceptaba jugar el susodicho con ella porque el resto calculaba que la probabilidad de ganarle era solo de 1.32%.

"No es cuestión de sufrir," replicó do Santos. "Ya sabes lo que pienso, si no intentas algo, ¿cómo es posible que lo logres?" y diciendo aquello, movió una de sus piezas.

Su rival frunció el ceño y observó pensativa al juego.

"Bueno," prosiguió la recién arribada. "No he venido para discutir ajedrez molecular. Raymundo, ¿me puedes acompañar un rato? Hay algo que quisiera mostrarte."

La pequeña iba a protestar, pero después lo pensó mejor al ver la ubicacion de todo sobre la cuadrícula de colores y dijo en cambio:

"Anda, Raymundo. No te preocupes, yo me voy a leer. Mi libro está yaba y me muero de ganas de saber qué es lo que va a pasar."

Él miró con resignación el tablero de juego, esta vez parecía que en realidad tenía posibilidades de ganar... Mas había detectado un timbre de urgencia en la voz de Belinda, sabía que no podía ni debía negarse.

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