Intento 25

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 "Después que doblé en la esquina del banco de Nervisae," siguió contando Esteban, "caminé tres cuadras, volteé a la izquierda y pasé la estación de metro. 

"Seguro que ustedes, lagartijas, no saben qué es eso. Los metros son un medio de transporte construido por los humanos. Son una especie de grandes tubos donde podemos entrar y que van de un lado para otro por túneles. Sus estaciones son, por lo general, lugares subterráneos donde se tiene acceso a subir a estos carros. En esas terminales hay una sala grande que puede tener, por ejemplo, tiendas, pero lo que sí siempre van a encontrar son baños. También se les dice sanitarios y son sitios donde los humanos hacen lo que llamamos, por pudor, necesidades, que no es otra cosa que defecar y orinar fuera de la vista de los demás. Retomando, de la gran sala que les hablo, se va a corredores dentro de los túneles en donde transcurre el metro. Para tener el derecho de ir a esos corredores, tienes que cruzar una barrera electrónica; esta solo se abre a través de una tarjeta que uno compra. El sistema de la tarjeta es tan eficiente, que no ha variado en los últimos ochenta años o más. Como se pueden reutilizar, su diseño tampoco ha cambiado. ¿Comprendieron?" El científico fijó la vista hacia su hombro derecho y volvió a observar a las dos pequeñas que lo miraban con la mayor atención del mundo. 

"Ya, entendieron todo perfecto. Entonces continúo: doblé a la derecha de la estación y me encontré en la calle del hotel. Nadie se veía en los alrededores en ese momento, la gente a esa hora estaba en las oficinas del centro y, siendo esta una calle estrecha sin importancia, tampoco pasaban autos.

De pronto sentí,

que alguien daba un fuerte tirón a mi mochila,

por instinto,

di un manotazo de media vuelta,

y golpeé en la cara a mi asaltante.

Él perdió el balance,

pero no se hallaba solo,

su compañero se acercó,

mostrándome en su mano,

un revólver amenazador.

"No creo que pensé nada en ese instante, de haberlo hecho, seguro no hubiera actuado como lo hice. Los reflejos de mis años de entrenamiento de karate fueron más veloces que yo:

sin ordenarle,

mi pierna dio una media vuelta,

y mi pie fue a dar de lleno,

a la mano del segundo asaltante,

que soltó la pistola.

Su compañero se abalanzó hacia mí,

pero hice un ágil quite de lado,

y dio a parar a la pared con un buen golpe.

El de la pistola también regresó a la carga,

de nuevo mi pierna se elevó,

y le conectó una patada en pleno plexo,

que lo dejó doblado unos segundos.

"Aprovechando el desconcierto, pensé por primera vez durante el último minuto que habría durado el ataque y me puse a correr lo más rápido que he corrido en mi vida. Rehíce el camino de la callecita y me dirigí a la estación de metro.

"Gente, pensaba, necesito estar rodeado de gente para que estos desistan de su ataque. Mientras tanto, podía escuchar que los dos tipos aceleraban detrás de mí.

"Alcancé la entrada de la estación antes que ellos.

"Bajé las escaleras apresurado, aún sintiendo que me perseguían.

"Entré al baño de hombres con la idea de ocultarme allí, esperé unos minutos. Cuando asomé unos milímetros la cabeza por la puerta, pude ver que estaban cerca, buscándome. Ya no solo se trataba de dos, conté que eran al menos seis los que escudriñaban al rededor con la mirada. En cualquier momento se les ocurriría entrar al sanitario. En ese instante, noté que un hombre vestido en terno se lavaba las manos con esmero, de su bolsillo sobresalía una tarjeta del metro de Nervisae. La reconocí sin problemas porque utilizamos una todo el tiempo con mis padres durante nuestro viaje por allá y la guardé de recuerdo. De niño, yo era siempre el encargado de hacerla pasar a través de la máquina para que se abriera la barrera electrónica.

"De repente escuché el anuncio de la llegada del metro, así como el sonido típico que se oye cuando arriba.

"El hombre en terno se volteó para secarse las manos. Yo me dije: ahora o nunca. Entonces, me acerqué e intenté sacarle la tarjeta.

"Como mi profesión no es ser ladrón, mi movimiento no fue ni lo suficiente veloz ni sutil. El enternado se dio cuenta de lo que sucedía y me agarró la muñeca,

"¿Qué le pasa?" me gritó con furia.

"Yo ya tenía la tarjeta y, como me veía en una situación desesperada, le di un golpe en la nariz con mi mano libre. Su reacción fue soltarme y cubrirse la cara por el dolor, mi reacción fue salir lo más rápido posible del baño. Ni bien di unos pasos afuera de mi refugio, tres sujetos me vieron y comenzaron acercarse a toda prisa. Para mi suerte, el sanitario se ubicaba a poca distancia de la barrera electrónica, así que pude atravesarla antes que mis perseguidores. 

"El vehículo estaba a punto de partir. No sé cómo, di un salto justo mientras sus puertas se cerraban y pude entrar. Cuando estas se juntaron, escuché por detrás de ellas unos golpes de puños, mas no duraron mucho: el metro inició a avanzar conmigo adentro.

"Di con un sitio vacío y me dejé caer sobre él. Me sentía agotado, pero era consciente de que tenía que estar alerta y pensar bien mi próximo movimiento. Al parecer, había alguien demasiado interesado en apoderarse del contenido de mi mochila.

"¡Ah! Se preguntarán ahora,  lagartijas, ¡cómo he podido correr, y hasta luchar, con mi mochila en la espalda! Es que usaba aquella chica de jornada, no esta grandota y pesada que ven ahora. Las de ese tipo son de menor tamaño y están diseñadas de tal forma, que se adaptan a la espalda y a los movimientos de quien las lleva. No tienen gran capacidad, por eso se usan para viajes cortos. En la parte trasera, tienen unas ventosas que hacen que esté pegada al cuerpo, así se distribuye el peso del contenido de manera que casi ni se nota. Uno podría correr la maratón con ella y sentirse como si no la cargara.

"Volviendo al metro. Como les decía, alguien quería a toda costa obtener la carta de mi madre o lo que me había dejado. Al fin y al cabo, mi mamá no había sido paranoica cuando pensó que estaban detrás de ella. ¿Qué hacer? Decidí bajarme cuatro paraderos más allá y tomar otra conexión, que me llevó a otra. Allí me subí a una tercera, para hacer difícil la tarea de encontrarme a quienes fueran que me seguían. Por último me bajé en la estación central y alquilé un automóvil. Tenía que salir de Nervisae, pero no me pareció seguro ir al aeropuerto; pensaba que, a lo mejor, vigilarían las reservas de vuelos. Opté, entonces, hacer un viaje de una hora a una ciudad vecina en el auto que renté. Al llegar sentí que no podía manejar un segundo más por el cansancio. Fui a una terminal de autobuses, dejé el automóvil alquilado en la misma compañía que tenía oficinas también en ese lugar, y tomé un bus que viajaría por cuatro horas hacia una ciudad de la que me informé tenía un aeropuerto.

"Apenas me senté en el ómnibus me quedé dormido, pero me la pasé con pesadillas de gente que me perseguía y yo me escapaba. A un cierto punto en mi sueño, me hallé frente a frente con tres personas que me atacaron y comencé a defenderme, utilizando karate. De pronto me desperté de golpe: ¡karate!, me dije. Claro, ¿cómo no se me había ocurrido antes? ¡Allí está la clave para encontrar las coordenadas del punto de contacto! Ya sabía a dónde tenía que dirigirme ni bien alcanzara el aeropuerto. Al fin más tranquilo, volví a cerrar los ojos y me puse a dormir, esta vez de modo profundo y sin sobresaltos."

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