Intento 52

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Los agentes de seguridad del NatuArenas se encontraban otra vez en el café donde se hallaban Samuelsen y Malcini. Al parecer, querían entrevistar más a fondo a los que trabajaban allí acerca de los jóvenes que habían desaparecido, o mejor dicho escapado, esa mañana. Aprovechando la confusión, los dos se levantaron de la mesa al unísono y partieron sin que nadie se percatase que no habían pagado la cuenta.

"Bueno, ¡éste fue un rico cafecito!" pronunció Malcini, dándose palmaditas con orgullo en su abombado estómago.

"Sí," reafirmó Samuelsen en completo acuerdo. "Lástima que los de seguridad no se hubieran tardado un poco más porque estaba a punto de pedirme una de esas galletas afganas de chocolate que se veían buenísimas. Ahora, ¿para dónde?"

"Creo que debemos dar una segunda visita al mostrador de alquiler de Marios. El encargado, que nos prometió dar noticias sobre Isabel Simas, no se ha comunicado con nosotros. Me imagino que tú, como yo, estarás agotado con todo el trabajo que hemos hecho, pero en este negocio no hay tiempo para el placer y el descanso."

Y diciendo esto, Malcini dobló a la derecha del pasillo en el que se se habían detenido. Su socio lo siguió, terminando los dos en la zona del gimnasio y piscina interior. Rehicieron sus pasos sin gran suceso de nuevo porque se dieron con el área de cuidado de los niños. Una de las trabajadoras confundió al barrigón de baja estatura y escasa cabellera con uno de los padres y, apenas lo vio, le entregó un bebé en sus brazos que estaba berreando a todo pulmón. Cuando por fin le explicó a la empleada acerca del error, que para él fue más bien un horror, el pequeñito ya se había calmado, no sin antes regalarle un gran eructo acompañado de leche medio digerida. La muchacha, muy avergonzada por el embrollo, dejó a los pequeñuelos con sus otras dos colegas y los acompañó hasta el lugar de renta de Marios que no se hallaba muy lejos de donde se encontraban.

"¿Alguna noticia de mi pariente?" preguntó Samuelsen, ya que Malcini estaba ocupado tratando de limpiarse con una toallita, cortesía del NatuArenas, la leche dejada por el bebé en su hombro.

El joven que los había recibido en la mañana aún permanecía allí y, con un gran esfuerzo, plantó una vez más en su rostro la sonrisa típica de bienvenida; tratando por un lado, de no taparse la nariz ante el olorcito que el regordete bajetón emanaba y, por el otro, el no soltar la carcajada viendo el afán con el que se estaba limpiando sin mayores resultados. Al cabo de unos segundos, el encargado recuperó su compostura formal y contestó:

"Ninguna novedad, por eso no me he comunicado con ustedes, caballeros. Lamento tener que decirles, que la situación en que se encuentra su pariente resulta ser bastante complicada. Todo indica, que los tres jóvenes buscados por la Policía Internacional abordaron el Mario donde se encontraba la Srta. Simas, y desde su partida, no sabemos nada. Hemos pasado el día tratando de comunicarnos con ella sin suceso alguno. En estos momentos, con estas condiciones," indicó el joven señalando el ventanal que daba al área de los Marios, "de esta espesa neblina que se ha formado en la costa, más el viento que se ha levantado, es imposible que nadie pueda aterrizar por acá. Por lo tanto, no esperamos que esté de regreso en ningún tiempo cercano. Los agentes de seguridad van a estar alertas durante toda la noche, en caso que la situación cambie y el avión regrese, pero la verdad, dudo mucho que eso suceda. De todas formas, le aseguro que nos comunicaremos con usted, Sr. Samuelsen, apenas tengamos alguna novedad."

El apelado formuló un muchas gracias, mientras su compañero seguía limpiándose de manera frenética la laguna blanca, que no lograba sacar de su hombro.

"Volvamos a La Familia," dijo un furioso Malcini. "Ya no hay nada que podamos hacer por acá."

Como era de esperarse, les llevó un poco más de lo debido ubicar el paradero de autobuses para Analucía. Cuando por fin lo encontraron, un vehículo estaba ya saliendo y les cerró las puertas en las narices. Sin embargo, uno de los pasajeros advirtió al conductor que dos personas querían entrar, así que este se detuvo unos metros adelante para dejarlos subir. Más tarde, el conductor y los demás viajeros lamentarían su decisión, porque el autobús se impregnó de un olor a leche vomitada tan pestilente, que ni siquiera el efecto de la pastilla contra el mal olor podía solapar.

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