Intento 75

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Fue un hombre iniciando sus sesenta quien les abrió la puerta, con el cabello blanco por completo vecino a unos bigotes y barba delatores de que había tenido el pelo negro en otros tiempos. Se presentó en bata de levantarse porque, siendo las ocho y media de la mañana de un sábado que no le tocaba turno en el hospital, el Dr. Czerwinski tenía el hábito de dormir hasta tarde y tomar un gran desayuno cerca de las diez. Al ver al grupo de personas que habían sonado el timbre, a través de su pantalla de seguridad, las contó en su mente. ¿No se suponía que él tenía que ayudar a cuatro jóvenes?

Desde un principio le pareció una historia complicada en extremo, ya que solo dos de ellos estaban afiliados con Justicia Comercial: el que cargaba información vital y que se acababa de fugar de uno de los campos de producción; más la hija de unos miembros de la JC, que lo ayudó a escaparse de la Policía Internacional. Del otro par extra nadie comprendía por completo cómo terminaron envueltos en el asunto, no obstante, le habían advertido sobre la posibilidad que también necesitarían su protección. Por lo menos, le habían enviado los retratos de los cuatro. A ellos los reconoció al instante, pero, ¿y esos adultos de bonus? ¿De dónde habían salido? A lo mejor eran también parte de la mencionada organización clandestina y acompañaban ahora a los muchachos para ayudarlos. Él no confiaría mucho en ellos para pasar desapercibido; el hombre tenía un dúo de lagartijas en el hombro que llamarían la atención de cualquier persona.

En fin, no era su rol cuestionar lo que le encargaban, y menos aún si se trataba de ayudar, porque para hacer lo último era la razón de haberse unido a la JC. Él creía con firmeza que alguien debía tomar acción y suprimir de manera definitiva esta situación de abuso, que la mayoría de la gente prefería no ver para evitarse problemas. Sin embargo, el trabajar con Justicia Comercial se emplazaba en perfecta armonía con su vocación de salvar vidas; abogar y contribuir a hacer realidad que todos los productos sean de comercio justo lograba eso, salvar vidas.

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"Pasen, pasen," les dijo. "No se queden ahí afuera, los estaba esperando."

Ninguno anticipó ver lo que les recibió una vez dentro del departamento: una sala esplendorosa adornada con cubículos de vidrio en pedestales, en cuyo interior se presentaban piezas que bien podrían instalarse en un museo. Los muebles también parecían ser obras maestras; eran una colección ecléctica de sillas, sillones y una dupla de sofás bajo estilos que variaban desde el más conservador, aquellos llamados Luis seguido de algún número, hasta otros a lo muy Art Nouveau, sin dejar de mencionar alguno de tipo Wamriz, la nueva corriente de artes plásticas en boga de los últimos años.

"Siéntense y acomódense," les invitó. "Ya me estaba levantando a prepararme un desayuno, ¿me acompañarían?"

A manera de respuesta, Mandi, Samir y Alex fueron con él a la cocina para ayudarlo; el chico del Einstein esperando no meter la pata como lo había hecho en el NatuArenas. Lasalo se acomodó en un sillón y, tal si fuera su propio hogar, cambió la estación del monitor y se puso a ver un programa matutino. Isabel, notando que Esteban se hallaba admirando una pieza de escultura diminuta, enunció:

"¿Has encontrado algo interesante?"

"Es un Carina," intervino el Dr. Czerwinski, que regresaba con tazas y platos para acomodar en la mesa. Acercándose a la pareja señaló,

"Es una obra única, ella me la regaló en persona," y al ver la expresión de asombro de sus dos interlocutores, añadió con prontitud, "Fue cuando yo era un niño y Carina ya había pasado los noventa y pico años. No crean que soy tan viejo," terminó riéndose. Para explicarles continuó, "Yo soy de Te-Rano. Desde siempre, mis padres pasaban algún momento del fin de semana paseándose en el centro de la ciudad, admirando los museos y piezas de arte históricas. Yo iba junto con ellos y disfrutaba también esas salidas. Un día, pasando al frente de la casa de la artista, la vimos sentada en la entrada esculpiendo sobre una piedra. Nadie se atevía parar a verla porque ya era conocido su temperamento y cómo se ponía furiosa si alguien se detenía a curiosear cuando ella trabajaba. Yo, con solo cinco años, no sabía nada de eso. Me solté de la mano de mi madre para correr a ver a esta viejita trabajando. Ni bien llegué, le pregunté qué estaba haciendo. Ella me miró malhumorada y me increpó que si no era más que claro, que lo que estaba tallando era un delfín. Por donde yo lo mirara, no podía ver ningún delfín saliendo de la roca. Con el estilo único de opinar de los niños de esa edad, diciendo la verdad cruda, le informé que eso podía ser cualquier cosa menos un delfín. Por un segundo, pensé que me iba a lanzar el martillo que tenía en la mano a mi cabeza, pero lo tiró al piso y se comenzó a reír sin parar. Para ese entonces, ya mis padres estaban conmigo y no sabían cómo disculparse por mi intromisión. Después de un rato, Carina por fin se secó las lágrimas de la risa y me dijo: Tienes toda la razón, entonces, digamos que esta escultura se llamará Cualquiercosa. ¿Les gustaría pasar a tomar un jugo de feijoas? Las que salen de mi árbol son las más dulces que podrán encontrar. Y desde allí inicié a visitarla, pasando con ella momentos divertidísimos en su estudio."

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