Intento 67

113 20 128
                                    


La joven mesera de uno de los cafés del aeropuerto miraba con atención a la pareja sentada en una de las tantas mesas, que daban al gran ventanal de la pista de aterrizaje. Era el segundo día que tenía en su turno a estos dos tipos, que se la pasaban sentados allí, sin hacer nada. Ella se preguntaba cuál sería el misterio. Por lo menos cesaban de consumir siempre algo: ya habían probado cada tipo de bizcocho, pan y pastel que ofrecían. El bajito barrigón no dejaba de encontrar algún pero a lo que sea que se le pusiera al frente, mientras que el altote oloroso continuaba lanzándole sonrisas. El día anterior no habían pagado su cuenta, la habían dejado pendiente, diciendo que regresarían temprano en la mañana. Era una práctica un tanto inusual, por lo que dejaron su nombre y número de habitación del hotel del aeropuerto, los que el administrador del café verificó antes de aprobar su pedido de pagar más tarde.

"Así que eras dueño de una tienda, Samuelsen, quién lo hubiera dicho."

"¿Por qué te sorprende tanto, Malcini? ¿No se nota a leguas que yo, como tú, soy un individuo de negocios?" respondió él un tanto ofendido.

"No es eso, Samuelsen, es que yo siempre quise tener mi propia tienda. La idea de poseer un pequeño establecimiento de barrio, con clientes regulares a los que pudiera saludar por su primer nombre, es como uno de mis sueños...," el orador decidió interrumpirse, dándose cuenta que estaba ofreciendo una información de lo más personal, en realidad nadie sabía sobre eso.

"¿Y es por ello que estás metido en esto, Malcini? ¿Para ahorrar plata y abrir tu propio negocio?"

Su compañero no contestó, lo que él quisiera hacer con su dinero era asunto suyo.

"¿Qué hacías antes, Malcini? No creo que te hayas dedicado siempre a buscar gente," inquirió su asociado con genuino interés.

"Por supuesto que no, Samuelsen. Pero yo no pasé tu suerte de tener una familia; nunca conocí a mi padre, y fue como si no hubiera tenido una mamá porque ella se la pasaba trabajando como esclava para que pudiéramos sobrevivir. No era que fuera una mala madre, pero no tenía mucho tiempo para dedicarse a mí, ya que tenía dos trabajos. De no haber sido así, no nos hubiera alcanzado el dinero para poner un techo sobre nuestras cabezas y comida en nuestros platos. Ella era una persona solitaria, nunca me habló acerca de sus padres o ningún familiar, no sé qué habrá sido de ellos...

"Yo tenía que ir a la escuela y de allí regresaba a casa a encargarme de la cena, la lavada de ropa y cosas hogareñas que mi madre, por falta de tiempo, no podía hacer. Los fines de semana ella los ocupaba en otro trabajo, así que nunca disfrutamos realmente de nuestra compañía mutua.

"Conmigo no iba eso de ir a la escuela, por lo que muchas veces faltaba y me dedicaba a vagabundear por la ciudad. Los profesores intentaron comunicarse con mi mamá varias veces acerca de mis ausencias, pero para ella era casi imposible hallar un momento para encargarse del problema, y al final la escuela como que aceptó que me apareciera unos días sí y otros no. Creo que pensaban que mejor me tenían algunas horas a la semana, a expulsarme y que abandonara en forma total mi educación escolar. Después de todo, igual no la terminé; cuando yo tenía catorce años mi madre falleció de un ataque al corazón, me imagino el estrés de tanto trabajo terminó por vencerla. El Estado me tomó a su cargo y viví en una casa hogar para adolescentes con problemas. Allí, mal que bien, me obligaron a estudiar y a los dieciocho años pude encontrar un empleo como obrero de construcción que me dio cierta independencia. Yo hubiera continuado en eso, ahorrando dinero para establecer mi negocio en el futuro, pero hubo un problema en el trabajo. El supervisor era un petulante cretino que no podía aguantar, a pesar de yo tener un carácter tranquilo, amigable y con mucha paciencia, como ya habrás podido notar, Samuelsen.

IntentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora