Intento 29

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 Raymundo do Santos se encontraba ensimismado por completo, estudiaba unas muestras en el laboratorio. Aunque pareciera una contradicción, trabajar en ese lugar era su momento de relajamiento del día en el Instituto Van Leeuwenhoek. Su responsabilidad como director ejecutivo había hecho que se apartara de la labor científica y que pasara la mayoría de su jornada enterrado bajo una montaña de papeles administrativos. Sin embargo, siempre se daba tiempo para formar parte de alguno de los equipos de investigación, pese a que ello le costara laborar horas extras más que lo usual. No era que no disfrutara de su función como directivo, de no ser así, no se hubiera ni presentado ni aceptado el puesto. Pero parte de su corazón todavía estaba seducido por la exploración de lo desconocido, la sensación de descubrir algo nuevo no se podía comparar con nada.

Había trabajado todo el mes con una mutación de bacteria cuyos primeros resultados parecían indicar que podría utilizarse para atacar el estafilococo Deunídrico, que era el agente principal de la fiebre del mismo nombre. Dicho malestar era el resultado de una alergia que ciertas personas desarrollaban luego de usar durante un tiempo prolongado Deunidre: una píldora popular que calma los síntomas de la fiebre del heno.

El director llevaba una bandeja con pequeños recipientes de muestras de la bacteria, que había sido inyectada en diferentes medios, cuando alguien le puso la mano sobre el hombro:

"¡Por fin te encontré, Raymundo!" exclamó una voz chillona, mientras él se percató con toda claridad y horror, que una gota de baba caía justo adentro de una muestra. "¡Te he buscado por cada rincón el Instituto por horas! Pero, como bien sabes, no solo soy una persona eficiente, también soy persistente y no me iba a ir sin verte."

Él sabía muy bien que la mujer regordeta, vestida hoy en una combinación de fucsia y rosado, más una inmensa flor morada de plástico que coronaba su complicado moño, era persistente como nadie. Belinda Alegre había tratado de hacer amistad con Raymundo do Santos desde el primer día que lo conoció, y él había procurado escaparse de ella sin ofenderla incontables veces. Durante las reuniones de directorio era otro cantar, la dama en cuestión era notoria por imponer sus ideas a como diera lugar o criticar a todos y cada uno de los miembros del Comité, allí ni siquiera Raymundo se libraba de su naturaleza viperina.

"Ya te imaginas mi sorpresa," continuó la recién llegada, "cuando, después de buscarte por las oficinas ejecutivas, tu asistente me informó que estabas trabajando en el laboratorio como otro empleado más. Es muy digno de elogio de tu parte ayudar a esta gente, que siempre necesita de alguien con la calidad y la clase de nosotros, los directores."

El mencionado se preguntaba a qué calidad y clase ella se refería, mas no quería meterse en líos, soltando un comentario que lo pusiera de malas con la Alegre. A pesar de su fachada ridícula y su aparente frivolidad, de alguna forma había mantenido una posición de influencia y poder en el directorio que, al fin y al cabo, era el que decidía aceptar o no cada una de las propuestas presentadas por, y a través de, Raymundo. Además, había algo en ella que no terminaba de comprender, como si en todo momento supiera más de lo que quisiera admitir, como si hubiera otra persona oscura dentro de su ser altanero y ególatra. Por eso siempre había intentado establecer una relación balanceada con Belinda, no obstante su gran antipatía hacia dicha mujer. Procuraba hacerla sentir que él aceptaba su amistad y, a la par, guardaba cierta distancia a fin de que no llegara a nada íntimo, que era claro a leguas lo que ella quería. De esta manera, do Santos se la pasaba buscando excusas a fin de negarse a las constantes invitaciones indirectas, y unas muy directas, para salir los dos solos. Se guardaba mucho de cómo decía las cosas, utilizando palabras que no la ofendieran porque, cuando Belinda Alegre se molestaba, hacía sentir la fuerza de cada uno de sus kilos (que eran bastantes) al pobre que estuviera en su camino. También tenía muy en cuenta que la Alegre era famosa por no perdonar con facilidad, su furia no se diluía con el correr del tiempo; la citada no solo tenía el peso, sino la memoria de un elefante, ella no olvidaba ninguna ofensa.

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