Intento 81

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Nicola y su nueva compañera se encontraban en el parque. Como siempre, fue Vania quien escogió el ambiente porque, a pesar de que ella le había preguntado qué quería, él solo respondió levantando sus hombros otra vez, dándole a entender que le daba lo mismo cualquier cosa. Sin embargo, no era verdad; al chiquillo le hubiera gustado estar en un parque de diversiones, rodeado de gente por todos lados, personas que no tuvieran las mismas caras que veía cada día... Y bulla, bulla que rompiera el silencio armonioso o la música que escuchaba en este complejo. Quería a gritos ver desorden, no organización metódica; ver diversidad, no monotonía; ver caos, no perfección. Cualquier cosa que fuera algo opuesto por completo a su prisión. Sí, su prisión, porque ¿de qué otra manera podría definir donde se hallaba? ¿Qué otra palabra podría utilizar para un sitio de donde uno no puede salir? Y salir era lo único que le interesaba y llamaba su atención.

Le frustaba que su vecina de cuarto no pudiera ver que su apatía no era por desinterés, sino porque su pensamiento permanecía ocupado en buscar cómo podría escaparse de esta cárcel. Eso no significaba que no se sintiera agradecido con ella por tratar de ser su amiga, Vania era yaba a pesar de ser niña y le había enseñado varias cosas, incluyendo esa palabrita: yaba, que él nunca había escuchado antes. Por curiosidad buscó su origen en numerosos diccionarios, pero nada. Lo tuvo tan intrigado que incluso, por unos instantes, desvió su atención de elaborar un plan para fugarse. Un día no pudo aguantarse más y le preguntó de dónde había sacado ese término,

"No sé," contestó ella, "es solo mi palabra preferida."

Y ahora, en el parque, la chiquilla escogió el ambiente que también era su favorito: unos campos llenos de cultivos diversos, unas casas pequeñitas de campesinos desperdigadas aquí y allá, todo bajo un cielo azul salpicado de nubes esponjosas. Ambos habían llevado libros para leer; algunos para estudiar sus investigaciones, otros eran historias para divertirse. Nicola miró a Vania, su cabello rojizo le caía por encima de los ojos; no comprendía cómo era posible que ella pudiera ver algo. ¿Se lo digo? pensó.

Él tenía que tomar una decisión, la posibilidad que su plan funcionara sin la ayuda de esta chica era de un 97.34% y si se lo contaba significaba un mayor riesgo que fuera descubierto, lo que disminuía sus probabilidades de logro a un 83.46%. Llevar a cabo su confabulación con ella era incluir un fugitivo extra, lo que aumentaba el tiempo de cumplir cada paso, aunque también representaba una mano y un cerebro adicionales que podrían ayudar en cualquier eventualidad; la posibilidad de éxito pasaba a ser de un 85.13%.

Como lo mirara o racionalizara, existía un elemento que le era imposible dejar de lado, Nicola no quería hacerlo solo. No, no era eso, él no quería hacerlo sin Vania, que se había convertido en su única amiga. Ella era su flotador en este lugar, no podía dejarla atrás. Así que arrinconó sus cálculos en un espacio oscuro de su mente asegurándose que no lo molestaran y se dirigió a ella sin mayores preámbulos:

"Mañana me voy a escapar de acá, ¿vienes conmigo?"

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Mientras Nicola explicaba su plan, los nuevos secuestrados también estaban recibiendo explicaciones. Ambos se habían despertado al mismo tiempo cuando se terminó el efecto del sedante con que habían sido atacados. Lo hicieron acomodados en unas camillas, dentro de una habitación que al varón sorprendió por su blancura. Ni bien abrieron los ojos, la puerta del cuarto se partió para dejar entrar a una persona que desentonaba con el aura inmaculada del recinto, ya que se presentaba vestida con ropa de colores brillantes. Raymundo no dejó de notar, que se dibujó una gran sonrisa en el rostro de su compañera, la que se levantó al instante para ir abrazar al recién llegado. Él mismo también tuvo una onda de alivio y alegría al reconocer, al cabo de unos segundos, a Dimos.

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