Intento 30

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La alarma hizo despertar con un salto a Esteban de un sueño profundo. Con una mano a tientas encontró el aparato y, todavía medio aletargado, acabó con el sonidito que ordenaba a su cerebro levántate, levántate, ¡es hora de levantarse! Por supuesto que su cuerpo entero le pedía a gritos que siguiera acurrucado en el soñar placentero, que precisaba más tiempo a fin de recuperarse y espabilarse. Sin embargo, él no lo escuchó. Con un movimiento rápido abrió la bolsa de dormir bajo la idea de que el fresco de la noche lo avivara. Después se abrigó bien; caminar a las tres de la mañana significaba que el frío lo iba a recibir con los brazos abiertos. Rebuscó entre sus provisiones y sacó una barra energética. Aún tenía comida para varios días, pero también era consciente que debía prestar atención en usarla en forma austera. No obstante, ahora requería alimentarse a fin de tener las energías necesarias durante la travesía que lo esperaba. Ni bien acabó el último bocado, cada aspecto de su físico terminó por fin de avivarse y, con esto, se dio cuenta de lo secas que percibía la garganta y los labios. Tragó saliva y se lamió al rededor de la boca con el propósito de refrescarse, mas tal acción no atenuó la gran sed que sentía. Mejor me pongo en marcha y así ocupo mi mente en otra cosa, pensó.

Con la rapidez y destreza que la práctica de los últimos días le había dado, el viajero deshizo la carpa y empaquetó su mochila. Una vez listo para partir, recorrió el entorno con la mirada; se topó con una Luna llena que iluminaba con luz pálida y tenue las siluetas del paisaje. A pesar de que aquella brillaba en todo su esplendor, el cielo se hallaba salpicado de una telaraña de estrellas. Esteban se sintió insignificante de nuevo al verse envuelto de tanta inmensidad. Hubiera podido quedarse contemplando extasiado por un largo período, pero un pellizco casi imperceptible en el hombro derecho le hizo volver a la realidad. Atisbó hacia allí, a sabiendas de lo que iba a encontrar, y cuál fuera su sorpresa al notar que, en cambio de dos pequeñas lagartijas, solo tenía perchada a una.

"¿Qué fue lo que pasó con tu compañera?" preguntó. "¿O es compañero? La verdad es que no sé si son hembra o mach..."

El científico no terminó la frase, la intensidad con que el minúsculo sauro lo observaba era casi perturbadora, como si intentara comunicarle algo. Mas eso era ridículo, ¿qué cosa podría decirle? Sin embargo, él no lograba apartar la vista de la criatura. De pronto, esta bajó de su hombro, avanzó por su pecho, estómago y pierna, anduvo unos pasos en el suelo y se detuvo encima de unas huellas y una línea. Todo indicaba que el surco miniatura que le mostraba había sido hecho con su cola y aquel parecía continuar, perdiéndose en la distancia. Esteban, intrigado, vio que el diminuto reptil iniciaba una especie de danza, levantando las patitas de un lado y luego las del otro, igual que si caminara pero sin avanzar.

"Cualquiera diría que me pides que te siga," pronunció en voz alta.

Ni bien terminó de hablar, la lagartija aumentó la velocidad de sus movimientos y, al cabo de unos segundos, se detuvo. Avanzó hacia su lado izquierdo donde se subió a una roca; esta presentaba un pequeño orificio en el que se había acumulado una microscópica gota de agua, producto del rocío de la noche. Ubicada allí, tomó el líquido de manera lenta, como para que el humano notara con claridad la acción de beber. Después, se dirigió veloz a la línea y reinició su danza frenética de andar sin desplazarse.

El explorador no podía creer lo que sus ojos le revelaban, ¿el animalito lo estaba invitando a seguir la cavidad del suelo con el propósito de ir a un punto donde beber? Ni bien acabó ese pensamiento, el reptil paró en seco, dio media vuelta y se lo quedó mirando, inmóvil.

"De locos," afirmó Esteban, "esto es de locos, pero me parece entenderte que si sigo esa línea, voy a terminar por llegar a un brote de agua."

El hijo de Mariana sacó su SPG y lo apuntó hacia la dirección donde se perdía el sendero hecho mediante la minúscula grieta.

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