Intento 27

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La Sra. Suon ya terminaba su jornada de trabajo; la cocina estaba limpiecita y el pequeño comedor también inmaculado y listo para el desayuno de la mañana. Cada una de sus hijas se hallaba en sus cuartos durmiendo, Kim estaría mandando algún mensaje a Trom con su librel y Liu leyendo una novela. Había sido un buen día, con dos nuevos huéspedes La Familia se encontraba casi llena. Parecían del tipo tranquilo, lo que siempre era bienvenido. Sobre todo, ella estaba contenta que Samir se viera como un joven simpático, nada indicaba que fuera a causar problemas. Esto último era una gran cosa porque lo iba a tener el verano completo.

La dueña del albergue se dirigió a la entrada a fin de cerrarla con llave, no era que en Analucía ocurrieran robos, pero igual lo hacía sin falta, uno nunca sabía. Cuando terminaba de marcar el código de seguridad, vio aparecer una pareja de lo más dispareja: un hombre bajo, moreno y otro alto, rubio. El de corta estatura, con expresión malhumorada, se puso a tocar la puerta de forma prepotente, a pesar de que había visto a la Sra. Suon en el proceso de cancelar el código para abrirles.

"Buenas noches, caballeros," los recibió mientras los dejaba pasar. "¿En qué puedo servirles?"

"Espero sean buenas noches," respondió el de cara de pocos amigos a manera de saludo. "Hemos hecho un viaje del infierno para llegar a Analucía, ahora solo queremos un cuarto tranquilo donde poder descansar. Nos han informado que este lugar es el único al que se le podría llamar hotel, así que acá estamos. Necesitamos dos cuartos ya, ya."

A la madre de Kim y Liu no le cuadró en lo absoluto que le hablaran en tal modo, ni le gustaba la pinta de los dos hombres que tenía al frente. La experiencia en su trabajo le había enseñado a tasar a la gente al primer encuentro, no le cabía duda de que este par era de los que sí causarían problemas. Por otro lado, tampoco parecían peligrosos como para rehusarles la entrada, más bien del tipo reclamón y pesado. Sin embargo, la verdad era que los pobres se veían exhaustos y ella no tuvo corazón de echarlos a la calle.

"Lamento escuchar que hayan tenido un mal viaje, mas estoy segura de que va a valer la pena porque van a gozar de Analucía y sus alrededores," dijo.

"Sí, sí, sí, seguro es muy bonito todo por acá, pero no necesitamos una lección de turismo, lo que queremos son dos cuartos," anotó en forma brusca e impaciente el de escasa cabellera.

"Por supuesto," repuso la Sra. Suon, siempre con voz amable y sin perder la serenidad. "Justo a eso iba. Resulta que La Familia está a tope y solo nos queda una habitación. Es una pequeña, pero tiene una cama tamaño extra-grande donde pueden caber dos personas con comodidad."

"No es posible," exclamó cada vez más molesto el bajo panzón, llevándose la mano a la frente. "¡No lo puedo creer!"

"No te preocupes, Malcini," habló por primera ocasión el rubio gigantesco, "yo no me muevo cuando duermo."

"Qué te vas a mover, Samuelsen," gruñó su compañero, "con el tamaño que te manejas, ¡no existe espacio en ninguna cama para que lo hagas! Veo que no tenemos otra opción, tomamos el cuarto," terminó diciendo en tono resignado.

"Existe otro pequeño detalle," añadió la Sra. Suon.

"¡No me diga que tenemos que compartir el sanitario con otras personas!" protestó Malcini.

"No, no, no, nada de eso, todos nuestros cuartos incluyen baños. Solo es que la habitación de ustedes es la última que hemos renovado, y aún estamos trabajando con la conexión de agua caliente."

"¿Quiere decirme que no hay agua caliente en el lavatorio de nuestro cuarto? ¿Que vamos a tener que convertirnos en pingüinos del Ártico y bañarnos con agua helada?" pronunció en talante exasperado Malcini.

"Los pingüinos solo viven en Antártica, los osos polares son los que viven en el Ártico," corrigió su compinche.

"Osos, pingüinos, lo mismo da. ¡El caso es que vamos a terminar como cubos de hielo!" prosiguió argumentando su pareja de viaje.

"Pero no da lo mismo," insistió el de la barba. "Los pingüinos son aves, los osos son mamíferos..."

"Samuelsen, ¿ahora me quieres dar una lección de geología?" interrumpió su acompañante a punto de explotar.

"Es biología, no geología," murmuró él.

Por fortuna su socio no lo escuchó porque, por más bajito que fuera y más grande que fuera su camarada, él lo hubiera masacrado a golpes. Con entereza y calma, la propietaria de La Familia intervino:

"Caballeros, caballeros, tranquilícense por favor. La situación es que vuestra habitación no tiene agua caliente, pero recuerden que nos encontramos en pleno verano: el agua que sale de las tuberías no es tan fría. Además, con el calor que está haciendo, una ducha de ese tipo es muy refrescante y placentera. Incluso yo, durante esta época, no utilizo el agua caliente para nada."

"Quizás tenga razón," concedió el que reclamaba al recordar el calorzote que sintió durante el interminable trayecto de autobús porque el aire acondicionado no funcionaba.

"Por supuesto que no va a ser un problema," concordó Samuelsen. "Aparte, ¿quién dice que uno debe bañarse cada tres días?"

Malcini y la Sra. Suon lo miraron, y ambos decidieron que no cabía duda que él no se lavaba a diario ni cada tres días, ¡con suerte lo haría una vez a la semana!

"Está bien," terminó aceptando el recalcitrante cliente. "Estoy muy cansado para discutir. Como expliqué antes, no tenemos otra opción. Denos la llave y terminemos con esto."

La propietaria del hospedaje hizo que llenaran sin demora sus datos personales y les entregó la llave del cuarto; ella también deseaba librarse del par e irse a descansar lo antes posible. Ya en su dormitorio, no pudo conciliar el sueño de inmediato, se sentía intrigada por los dos nuevos visitantes. Era el altote rubio que le había impactado, no porque fuese guapo ni nada por el estilo, sino porque tenía la sensación de haberlo visto antes... ¿En dónde? Qué pesadilla eso de tener una mala memoria, se dijo. Sin embargo, cuanto más lo pensaba, más le parecía conocido. No obstante, tenía casi la certeza de nunca haberse topado con este individuo. Qué raro, pensó. A lo mejor me recuerda a alguien. Sí, eso es, se parece muchísimo a alguien, pero ¿a quién? Ni modo, ahora que estoy cansada me va a ser imposible resolver esta cuestión, quizás mañana... En fin, si no me acuerdo ahorita es porque no deber ser  importante. Y al llegar a esa conclusión, la Sra. Suon se pudo relajar y esta vez sí dar por terminado su día de trabajo.

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Apenas entraron a su habitación, Malcini se tiró en la cama diciendo:

"¡Por fin! Ya no puedo más. Tú por lo menos, Samuelsen, dormiste en el autobús, pero yo no pude pegar pestaña ni un segundo con los olores nauseabundos que descargaba la gorda de mi costado. ¡Era imposible respirar y menos descansar!"

"No lo entiendo, Malcini, yo no olí nada y estaba también muy cerca de la ballena. De repente debes cambiar de marca de pastillas contra el mal olor que tomas, te puedo recomendar las mías que funcionan a las mil maravillas."

"No necesito de tus recomendaciones, Samuelsen," y bajando su tono de voz agregó: "Yo no uso pastillas para eso."

"¿No tomas pastillas contra el mal olor?"

"Samuelsen, tú ahorras en las baterías de tu multitraductor, yo ahorro con la cuestión de pastillas contra el mal olor," respondió su asociado, y añadió con un gran bostezo, "No tengo ni fuerzas para cambiarme, ahorita me quedo dormido... Apaga la luz, Samuelsen, que no aguanto más." Y ya con los ojos cerrados preguntó, "¿Estás seguro, Samuelsen, que tomas tus pastillas contra el mal olor todos los días?"

"Todos los días sin falta," contestó él, en tanto se ponía su pijama para asimismo irse a dormir. Y ni bien terminó de hablar, escuchó el torpedeo más ruidoso que jamás había oído en su vida, proveniente de donde se encontraba Malcini.

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