Intento 54

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Si no fuera por el interminable vuelo de avión bajo la tortura de tener por acompañante a Belinda Alegre, Raymundo do Santos hubiera dicho que ahora se encontraba en la sala de reuniones del Van Leeuwenhoek. La mesa, las sillas, incluso la jarrita con agua acompañada de un vaso eran idénticos a los del Instituto. La única diferencia residía en una gran pantalla que, asumió, debía servir para hacer presentaciones. 

Pasó la vista a su alrededor: nadie, él era el primero en llegar. No era de sorprenderse, ya que estaba casi media hora antes del tiempo en que la reunión había sido programada. Lo que pasó fue que decidió tomar su desayuno muy temprano en la mañana, para evitar toparse con su colega de trabajo. Ella, cuando llegaron tarde en la noche al hotel, comenzó a enviarle indirectas para que la acompañara a su cuarto a seguir la conversación (cuál conversación, pensó él, ¡si yo no he abierto boca!), invitación que Raymundo declinó arguyendo que se encontraba cansado, lo cual era cierto sin lugar a dudas. Entonces, Belinda sugirió tomar el desayuno juntos al día siguiente. Él asintió con la cabeza sin confirmar hora ni nada con tal que lo dejara en paz, y se alejó lo más rápido posible a su habitación. La verdad era que no le quedaba mucho tiempo para dormir, la reunión se había programado para las ocho de la mañana y ya eran pasadas las dos de la madrugada, sin embargo, pensó que tendría mayor sosiego si se levantaba temprano, a quedarse una hora extra en la cama y arriesgarse a tener que soportar la compañía encantadora de la Alegre.

Raymundo echó un segundo vistazo por la sala; no, en realidad estaba equivocado. Si bien era cierto este salón parecía ser una réplica del de Van Leeuwenhoek, pudo notar esta vez una serie de detalles que revelaban que se hallaba en un lugar que utilizaba tecnología en extremo avanzada. No era que su Instituto no contara con los últimos adelantos, pero muchos de los instrumentos cercanos que observaba eran un misterio para él. Tomó eso como un buen indicio, habían hecho la adecuada decisión en centralizar en el Galileo los esfuerzos de acción contra Delik.

Frente a él tenía un monitor, por el cuál podía bajar el documento que recibió durante la noche con los antecedentes de la reunión en la que iba a tomar parte. Qué bueno, pensó, va a ser mejor leerlo acá que en la pequeñez de mi librel.

Sin dejar pasar un minuto más lo conectó y el reporte apareció en la pantalla al cabo de unos segundos. No añadía mucho a lo que ya Samantha Lloyd les había explicado en forma sucinta durante la reunión de ayer, ¿o era antes de ayer? Con el cambio de hora del viaje no podía decir con seguridad. En fin, eso poco importaba, solo la conclusión que no habían hecho ningún progreso aún. El reporte también daba un resumen acerca de los participantes en el proyecto; todos científicos y científicas del más alto nivel, como era de suponer. La agenda para hoy era simple: iniciarían la reunión con una presentación del profesor Saturnino Quispe, una eminencia científica y el profesional con mayor conocimiento sobre los agujeros negros. Después de eso, vendría la discusión acerca de las estrategias para combatir a Delik y como llevarlas a cabo. La persona a cargo de la reunión como moderador era el Representante Continental de la región de Raymundo. Él había tenido la oportunidad de conocerlo años atrás, lo tasó como alguien ecuánime e inteligente, por lo que no le sorprendió que fuera el sujeto indicado para este trabajo.

El timbre de voz de Belinda Alegre comenzó a resonar en su tímpano, por unos instantes pensó que el eco de su chillido agudo, sufrido todo el día anterior, todavía estaba martillando su cerebro. Al poco tiempo le pareció oír otra voz junto con la de ella y cayó en la cuenta, con gran alivio, que ya eran casi las ocho de la mañana: los participantes de la reunión no tardarían en llegar. Muchos defectos se le podían atribuir a la Alegre, sin embargo, no se podía negar que solía ser muy puntual y que tomaba en serio sus responsabilidades. Cualquier tarea que se le encomendase, ella siempre la cumplía a la perfección, de no haber sido así no hubiera formado parte del Comité Directivo del Van Leeuwenhoek. Samantha Lloyd, por más calmada, amigable y considerada que siempre fuera, también era una persona exigente en extremo: Los errores son un lujo que nosotros no tenemos, decía con frecuencia. Por eso Raymundo estaba seguro que fue una decisión muy dura para ella proponer e insistir, en la implantación de la norma de no tener ningún empleado de la generación exy en el Instituto. Se notaba a leguas cuanto los admiraba, así como su opinión que el centro de investigacion había progresado por encima de otras organizaciones similares en gran parte gracias a su contribución. Hoy en día nadie podía negar que el Instituto Van Leeuwenhoek era el líder indiscutible de su rama.

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