Intento 61

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Ya eran casi la una de la mañana, Raymundo no pensaba perder el tiempo ordenando la ropa de su maleta, que aún no había tocado desde su llegada al hotel. Ahora, lo único que quería era enfundarse en sus pijamas lo más rápido posible para acostarse. Belinda había tenido razón, recién percibió que estaba agotado de verdad, necesitaba dormir en este mismo instante. Daba gracias que el hotel se encontrara a solo unos diez minutos por auto desde el Galileo. Sin embargo, el recorrido de retorno le pareció como si hubiera durado una hora interminable debido a la cháchara incesante de la Alegre. Él había querido regresar caminando, pero ella insistió en tomar un taxi juntos para ahorrarse tiempo. Por más que trató de negarse, el acosado tuvo que claudicar y retornar junto con la insufrible mujer. Ya mañana se levantaría temprano como hizo hoy e iría caminando al Galileo. El aire fresco lo ayudaría a terminar de despertarse, además que un poco de ejercicio no le caería mal, sobre todo sabiendo que se pasaría todo el día prácticamente encerrado en el laboratorio.

Una vez llegados al hotel, Belinda Alegre le salió de nuevo con el cuento de invitarlo a tomar un refresco en su cuarto. Por la enésima ocasión él se negó, en esta oportunidad de manera firme para que no siguiera insistiendo. Esperaba que, de una vez por todas, le quedara claro que no tenía ninguna intención de socializar con ella en ningún aspecto.

Raymundo ya se hallaba acomodado en el lecho del hotel, se encontraba sacando el brazo de las sábanas para alcanzar el interruptor y apagar la luz, cuando unos golpecitos llamaron a su habitación. Se levantó de lo más desconcertado, ¿quién podría buscarlo a estas horas de la noche? Cuando apenas produjo una pequeña rendija en su puerta para ver de qué se trataba, sintió que la empujaron y terminaron de abrir.

"Precioso tesoro, ¡espero no haberte levantado de la cama, querido!"

No podía ser... Do Santos rogaba estar soñando, o mejor dicho, pasando por una pesadilla. Sin embargo, cuando lo invadió el perfume agobiador de la Alegre tuvo que admitir, con todo el dolor de su corazón, que se encontraba despierto; hasta lo que él sabía, los olores no se percibían en los sueños.

Se acercó a la entrada para mantenerla abierta, en forma de invitación a que la intrusa partiera, pero ella ignoró el gesto, terminando de meterse en forma intempestiva a la pieza y cuidándose de cerrar bien la puerta detrás. Él corrió a su maleta a buscar su bata para ponérsela encima de su pijama.

"Belinda," inició Raymundo en un tono de voz áspero sin par, casi amenazante, mientras rumiaba entre sus cosas. "Me parece que he sido bastante claro contigo, no tengo la menor intención de...," mas paró de golpe su protesta; había encontrado su prenda, no obstante, la dejó caer al piso cuando vio que la recién llegada estaba desabotonando su vestido de lentejuelas verdes y moradas.

"¡Pero qué...!" comenzó a protestar. Sin embargo, de nuevo se quedó sin habla; su colega no se estaba desnudando, ¡se estaba transformando!

El atuendo era uno de esos que los actores usan para cambiar la forma de sus cuerpos: se trataba de un entero completo, incluyendo cuello, brazos y piernas. Con la boca abierta y los ojos que se le salían de las órbitas por la impresión, Raymundo vio cómo Belinda Alegre pasaba a quitarse sus guantes, que en realidad eran una cobertura para sus manos; y sus zapatos, que incluían la parte expuesta del pie. Luego fue el turno de su pelo, mejor dicho peluca, la que lanzó al piso y que, una vez en este, parecía una rata aplastada por un macetero cargado de flores artificiales. Con manos expertas por la costumbre, ella pasó a quitarse la máscara facial tan real, que el varón tembló por un instante pensando que lo que habría debajo de ella, solo podría ser la calavera de algún cuerpo devorado por gusanos hasta los huesos. Por último, con un golpe de tos, vio que su compañera de trabajo botaba por la boca un aparato pequeño.

La metamorfosis de la que Raymundo do Santos estaba siendo testigo era extrema y total: frente a él tenía una mujer más joven, de figura cien por ciento atlética, cara un tanto alargada, nariz respingada, ojos azules (por el momento, a lo mejor se sacaba lentes de contacto en cualquier minuto) y con abundante cabellera, la que le llegaba pasados los hombros, de color entre rojizo y marrón. Su rostro no se hallaba embadurnado con maquillaje, sino que carecía de este. Portaba una camiseta y leggings negras, del material último que utilizan los deportistas para no sudar y que disminuye el calor percibido por el cuerpo; la razón de ello obvia: era lo más cómodo que podía usar debajo de toda la carga de vestuario que tenía que llevar encima.

Él no sabía qué decir, se sentía anonadado por completo. Lo que le impresionaba sobre manera del cambio, no era solo que tuviera delante suyo una mujer atractiva, sino la completa transformación de la personalidad de la misma. A través de su expresión y el lenguaje de sus ojos se podía notar con claridad, que ella no era la Belinda Alegre que conocía..., o creía conocer. Más allá de la transmutación física, podía casi sentir la diferencia de carácter. Su mirada era... Y de pronto recordó, ya había visto esa mirada antes, la había atisbado por unos segundos un par de veces durante esta última semana.

"Raymundo, necesito tu ayuda."

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