Intento 87

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Bum, bum, bum, bum, bum... Justo cuando por fin Raymundo do Santos estaba agarrando el sueño. Esta vez no fueron pasos por el corredor afuera de su habitación, sino golpecitos encima del techo. ¿No les había prometido, Dimos, que experimentarían la noche más silenciosa de sus vidas? El científico dirigió su mirada hacia Belinda, ella parecía no haber notado el ruido, seguía todavía dormida en su cama de manera plácida. Casi le provocaba despertarla para tener alguien con quien conversar, hablando con ella el tiempo transcurría rápido y fijo que en un santiamén se terminaría esta noche, que se le estaba haciendo larguísima.

Y otra vez no pudo evitar, que lo asaltara la imagen de Samantha enterándose de su escapada con la Alegre. ¿Podría, ella, tragarse el cuento en realidad? Raymundo, en más de una ocasión, trató de darse el valor para proponerle salir a cenar juntos..., claro, después de una reunión del Comité Directivo o algo así, siempre en plano profesional. Sin embargo, él mismo terminaba encontrando una excusa de dejarlo para otro día en que la ocasión fuera más propicia. Al final nunca lo había hecho y ahora ella pensaría que él y Belinda andaban envueltos en una aventura amorosa; con eso estaba seguro, que el respeto y amistad que ella sentía por él se irían al tacho. A aquello se sumaba, lo irresponsable y cobarde de su parte por abandonar  el proyecto. Al menos había terminado su investigación, pero aún así... ¿Cómo podría comunicarse con ella para decirle que la situación no era tal? ¿Que la realidad era que él todavía estaría trabajando con mayor ahínco, sacrificando su libertad para acabar con Delik, y que el asunto de la Alegre era tan solo una mascarada?

Por enésima vez durante esa noche, Raymundo viró la mirada hacia su camarada de cuarto, y en esta ocasión no la movió de allí. Lo tranquilizaba ver su rostro, sin duda habían hecho bien en ponerlos juntos, era un poco como estar en casa. Y ahora que lo meditaba, el hallarse obligado a pasar un tiempo prisionero junto con ella ya no sonaba tan terrible. La agente tenía un sentido del humor de lo más extraño que siempre lo hacía reír y, al mismo tiempo, ella parecía a gusto en su compañía; poniendo atención de verdad a sus comentarios e ideas cuando por seguro ella ya las había concebido antes. En conclusión, reflexionó, hacían un excelente trabajo de equipo, con una eficiencia de alrededor de 97.68%, como diría Belinda o algo así. Do Santos sonrió para sí mismo, dándose cuenta que de verdad se sentía contento de encontrarse con ella... Al rayo lo que pensara Samantha Lloyd.

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"¿Estás cómoda?" inquirió Nicola, al ver que Vania cambiaba de posición.

Su amiga era un tanto más alta que él y tal vez le era más difícil ajustarse dentro del túnel en el que se encontraban.

"Yaba," respondió ella también en susurros. "Solo que se me estaba durmiendo una pierna. ¿Cuánto tiempo más?"

"No mucho, unos siete minutos con cuarenta y tres segundos y seguiremos avanzando hacia la salida. Para cuando lleguemos allá, habrán pasado las dos horas que habíamos calculado."

Por suerte era un recorrido largo, porque así no tenían que permanecer inmovilizados por 120 minutos; su estrategia era avanzar durante diez y de allí esperar otros tantos sin moverse. Todo había funcionado tal cual planeado: la cuerda de Abhik se portó con un rendimiento del 100%, junto con la caída de la botella de detergente; incluso tuvieron la suerte que se encontrara casi llena, garantizando una cantidad de líquido tal, que se dispersó por los controles y ni qué decir del piso. Nadie hubiera podido no darse cuenta de la causa de la mala operación del sistema de emergencia.

Vania había estado preocupada de cómo iban a alcanzar la portezuela del sistema de aireación porque no podían usar ninguna escalera o silla para llegar a aquella, ya que quedaría como un indicio que alguien la había utilizado. Pero su cómplice había pensado en eso también: hacía unos diez días pidió a uno de sus profesores que le mostrara el centro de control, con la excusa que él se hallaba interesado en mejorar el sistema de seguridad. Su docente no lo miró con recelo como Nicola había temido, todo lo contrario, se sentía feliz de ver que él quisiera ayudar para que nadie lograra escaparse de aquel maravilloso lugar. Una vez dentro, el chiquillo cambió la posición de una caja de herramientas de reparación, de tal forma que quedó justo por debajo de la portezuela del ducto de ventilación. Lo hizo explicando como en ese nuevo lugar la gente ahorraría tiempo si querían acceder a esta, haciendo el trabajo más eficiente. El enseñante no vio nada sospechoso y concordó con su alumno al instante, enviando un mensaje con su librel que anunciaba el cambio a las personas que trabajaban en dicho cuarto de control.

Posicionado encima de la caja, el niño volvió a utilizar su cuerda y al poco tiempo los pequeños fugitivos se encontraron cerrando la entrada del ducto. No pudieron avanzar de inmediato porque los del turno de seguridad ya que se localizaban debajo de ellos. Tal cosa también fue una ventaja, puesto que pudieron escuchar sus comentarios con respecto a lo que estaba sucediendo. Al parecer, se habían tragado el anzuelo de la historia de la botella de detergente como la causa de toda esa conmoción.

Nicola volvió a consultar su reloj,

"Sigamos."

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Ahora sí que me duermo, qué rico..., se dijo Raymundo cuando, de pronto, el bum, bum, bum, reinició. Esto es ridículo, pensó. ¡Tengo que hacer algo!

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"¡Llegamos!" exclamó Nicola entre dientes para evitar gritar.

Con mucho cuidado, giró la palanca que abriría la portezuela. Esta se escurrió sin problemas y ante él se presentó un manto blanco que reflejaba la luz de la noche. Vania sintió el aire fresco, en realidad más que fresco, y se alegró de hallarse bien arropada. Nicola salió sin dificultad y, detrás de él, su compañera también se deslizó hacia el exterior.

"¡LO HICIMOS!" gritó el ingeniero del escape a todo pulmón. "¡ESTAMOS AFUERA!!!!"

"¡YABAAAAAA!" vociferó su secuaz, y los dos comenzaron a reír y saltar.

Él agarró un poco de nieve, la lanzó a su amiga, y ella hizo lo mismo. Ambos, sin razonarlo, se sacaron los guantes para tocar lo que encontraran a su alrededor de modo directo; esta vez no eran imágenes de los parques, ahora eran árboles de verdad, hojas de verdad y la nieve que les estaba congelando los dedos era... ¡ERA DE VERDAD!

"Libres," pronunció Nicola, aspirando una gran bocanada de aire.

"Libres," repitió Vania, que no se había imaginado en realidad, cuan contenta se sentiría de dejar el complejo.

De pronto, el chico prófugo se volteó para dirigirse a la portezuela del ducto de ventilación, esta se hallaba muy bien camuflada entre los arbustos por los que habían salido. Su acompañante comprendió su apuro, se habían olvidado cerrarla. Ese gesto acabó con la euforia de ella, la que fue remplazada de golpe por pánico. ¿Y ahora qué? Ya no viviría más dentro del complejo con su rutina y abrigo, con la seguridad de saber que, no importa lo que hiciese, ella no era una anormalidad. ¿Y Dimos? ¡Cómo lo iba a extrañar! ¿Qué debería hacer con él? Tendría que ver la manera de comunicarse... A lo mejor él encontraría la forma y la iría a visitar cuando ella estuviera de regreso en el Einstein, donde volvería a estar con sus amigas, donde tendría un amigo más: Nicola. Sí, eso era, no dudaba que Dimos iría a verla, todo sería mejor que antes...

"¿Lista?" le preguntó justo el susodicho.

"Sí, ¿pero para dónde?"

Por toda respuesta, el chico sacó su SPG. Vania se acercó para también poder observar la imagen que les indicaría su localización exacta. La noche era de lo más clara y no necesitaban prender sus linternas, sin embargo, por alguna razón, la imagen del SPG aparecía un tanto oscura, como si una sombra la estuviera tapando...

Ambos reaccionaron a mismo tiempo, levantando la mirada.

Un hombre joven, con el pelo amarrado en una cola, vestido con bermudas de colores y una casaca gruesa, se hallaba parado a su lado.

¡Dimos!

Vania parpadeó para asegurarse que veía bien.

Nicola se quedó tan paralizado como ella.

No era posible.

¿Cómo podía ser?

"Buenas noches," saludó el recién llegado en tono calmo. "¿Me podrían decir qué están haciendo aquí a estas horas?"

Ninguno de los dos se atrevió a contestar, era como si los hubieran descubierto en la cocina comiéndose el último pedazo de torta, el que había sido reservado para otra persona.

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