EPÍLOGOS

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Epílogo 2: sobre conclusiones e inicios

 El amanecer se aproximaba, era el tiempo en que la noche daba paso a un nuevo día en forma perezosa, sin apuro, con tranquilidad. Era el tiempo en que había silencio total en este lugar porque las criaturas nocturnas dejaban sus actividades e iniciaban a descansar, y las diurnas aún no comenzaban a despertarse, debían aparecer los primeros rayos de luz a fin de que ellas terminaran su letargo. En esta localidad desértica el viento, si soplaba, no conseguía juguetear con ninguna planta para crear una sinfonía con el movimiento de aquellas. Por otro lado, la arena y las rocas se empecinaban a no ser empujadas por su embestida, mas si lo eran, lo hacían calladas, como avergonzadas de no haber sido capaces de resistirlo.  

Era el punto cuyo mutismo fue abrazado con deleite por L-Hembra, le gustaban estos instantes. Hacía varias semanas que dormía poco, pero eso no le incomodaba porque transcurría casi todas las horas en ese estado de semi-inconsciencia, divagando en sus recuerdos. Después de haberlos repasado con gran detenimiento, no podía más que sentirse satisfecha con su existencia. Ahora solo faltaba un detalle que por fin hoy, estaba segura, llegaría. Se alegraba que sucediera en estos momentos, el preámbulo del amanecer; un nuevo día que significaba un nuevo inicio.

 Se preguntaba por qué lo llamaban conclusión, si en realidad se trataba de un retorno; al fin y al cabo, su cuerpo decaería y se convertiría en parte de estas arenas y rocas, acercándose más al cosmos universal, a formar parte del infinito. Ella no concluiría, simplemente se transformaría en algo diferente. Era consciente de la realidad inevitable. Se acercaba con paso firme tal acontecimiento y lo esperaba no con temor, sino con esa tranquilidad llena de esperanza, teñida con un poquitín de ansias expectantes de por fin reunirse con su bien amado.

De pronto, una sensación que la escoltaba por un buen tiempo se hizo notar con mayor fuerza. No era dolor, era pérdida. Pérdida de una energía vital. Por unos segundos sintió pánico; el instinto de supervivencia llamó a la puerta, mas no duró mucho y L-Hembra se dejó transportar, irse con una dulce livianeza. Con los ojos cerrados, una imagen apareció por un corto momento junto con una frase que resonó una y otra vez como un eco lejano. Tienes razón mi corazón, la repitió ella en su mente mientras la penumbra de la noche cedía ante la penumbra del amanecer.

******

"¿Te provoca una barra de maní, Kru?"

"Gracias, Tsi, pero en un rato llegamos, ¿no? Mejor paramos nomás allá. A no ser que tú quieras comer una..."

"No, no. Está bien" respondió la fémina, sin dejar de caminar a ritmo firme sobre el terreno pedregoso.

La muchacha no se sorprendió de que su amigo supiera que estaban por arribar, ya era costumbre que él la acompañara a sus salidas de visita a Francestomia. Ella se lo agradecía porque el camino no era corto y cuando lo había hecho sola se la había pasado pensando en Alex, en cada pormenor de los pocos días que habían compartido, y terminaba extrañándolo de modo tan infinito igual que el número átomos en el todo.

La vida en Crunjick había retomado su rumbo habitual. Por momentos le parecía increíble, como un sueño, el recuerdo de lo acaecido. De alguna manera el chico del cabello rojizo y los demás habían evitado el desastre, puesto que Glo informó a la población que el Día del Inicio fue un éxito: un nuevo sistema de cuerpos celestes había nacido en su universo. Sin embargo, estos se encontraban demasiado lejos, era imposible hacer contacto con ellos con la tecnología que contaban en la actualidad; quizás más adelante, quizás...

"Tsi, ¿qué ocurre?"

Kru la conocía muy bien, algo le molestaba si trajo a colación las barras de alimento, dado que tenía el hábito de comer cuando se hallaba nerviosa.

"Me preocupa L-Hembra. En la última ocasión que la vimos la encontré un tanto decaída, ¿te diste cuenta?"

"Uhmmm..., ahora que lo dices, sí. ¿Crees que está deprimida?"

"No sé... No era eso en realidad, era como si estuviese cansada... No sé."

De inmediato, juntos siguieron el desvío que los conduciría en unos diez minutos a la destinación donde se encontraban con su amiga. La reptil de otro mundo había pedido a la je-morina, cuando tuvo la certeza de que la misión del Humano Único se había cumplido con suceso, que la trasladase a Francestomia, al lugar donde su pareja de vida descansaba. No les llevó mucho encontrarlo porque L-Hembra recordaba donde quedaba con precisión. La joven la visitaba sin falta una vez a la semana y la pequeña lagartija siempre se aseguraba de hallarse en esa ubicación el día preciso.

Tsi se detuvo en seco; a unos escasos metros de distancia ya alcanzaba divisar a quien buscaban, pero observó algo extraño en la sauria.

"¿No vienes?" le preguntó su compañero.

Ella avanzó con lentitud, y cuando se acercó un poco más, trató de conectarse con la especial criatura.

"¿L-Hembra? Soy yo, Tsi."

Mas el animalito no se movió ni contestó con un verso de bienvenida como acostumbraba.

La joven de piel lila se detuvo. Kru a su costado. Ambos miraban lo obvio: L-Hembra se había extinguido. Su rostro tenía una expresión plácida, casi sonriente. La muchacha, sin pronunciar palabra, se aprestó a cumplir la tarea encargada por la singular reptil. Cavó un hoyo en la arena, las manos le temblaban con docilidad. Su amigo se agachó a ayudarla y los dos pusieron el cuerpo pequeñito dentro del agujero que acababan de hacer. 

Los je-morinos terminaron sentados silentes en la arena, fijando la vista hacia la lejanía.

"Lo siento," declaró con ternura Kru, extendiendo uno de sus brazos hacia Tsi y abrazándola.

"Creo que ella no lo siente," reflexionó en un hilo de voz la nieta de Fle.

Él atisbó los párpados alicaídos de su amiga, los que ya nunca cambiaban de matiz desde la partida de los humanos, los mantenía siempre con ese rojo fuego. En contraste, la fémina se fijó en la mano sobre la suya; el varón había cambiado el color de su piel de nuevo al mismo tono de la joven, pero eso fue solo un instante furtivo. Todas sus amigas le decían que era obvio que andaba loco por ella, aunque a Tsi jamás le pareció que podía ser verdad. Por primera vez esperaba que fuera así. De súbito, no lograba imaginarse la vida sin él que había estado a su lado desde niños.

Su acompañante la tomó de la mano y la invitó a levantarse, si no partían enseguida, los iba a agarrar la noche en el camino de regreso. Ella le respondió con una dulce sonrisa y no rompió su enlace. A modo de reflejo, Kru bajó la mirada, inmensa fue la alegría que lo invadió cuando advirtió que la mano de Tsi había cambiado de color, a uno igual al suyo.

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