Intento 31

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Jorgen Samuelsen no podía quedarse un minuto más en la cama, Malcini se había pasado toda la noche haciendo ruidos que no lo dejaron dormir. No es que eso lo hubiera fastidiado demasiado porque soñó como un bebe durante el vuelo de Lobla a San Eustaquio y en el trayecto de autobús hacia Analucía. Lo terminó de obligar a levantarse su estómago, que también inició a dar un concierto; sonaba por hambre y, para calmarlo, él sabía que necesitaba alimentarlo con algo contundente ahora mismo. Vio el librel: seis y veinticinco de la mañana, justo a tiempo. En la puerta del cuarto se anunciaba que el desayuno se servía a partir de las seis y media, así que le tocaría uno recién hechecito, ¡yum, que rico! 

El rubio altote se puso las prendas que dejó tiradas en la silla la noche anterior, no había razón para cambiarse ni de ropa interior, por supuesto, porque solo la había usado como dos días seguidos, ¿o eran tres? Ya no se acordaba bien, con tanto viaje y cambios de hora... Dos o tres, poco importaba, todavía estaba fresquita. Se pasó rápido la mano por la cabeza a modo de peinarse y se miró en el espejo: ¡Realmente eres un tipazo Jorgen Samuelsen! se dijo, y muy satisfecho con su apariencia personal salió de la habitación, dejando atrás a Malcini roncando.

Ya adentro del comedor, vio a una pequeña sentada en una mesa acabando su desayuno. Ella se asemejaba mucho a la propietaria del hospedaje que los había recibido al llegar. Samuelsen se asustó al verla, pensando que, a lo mejor, había retrocedido en el tiempo como la película que vio una vez. Sintió un gran alivio cuando se percató que la Sra. Suon también se hallaba allí. No, no había ido al ayer, ¡qué suerte!

"Buenos días, Sr. Samuelsen, ¿pasó bien la noche?" saludó la dueña de La Familia con una amplia sonrisa.

"De maravilla, gracias" mintió él, no queriendo ofender a tan amable dama.

"Me alegra," repuso la Sra. Suon que, al notar a su hospedado atisbar a la pequeña y después a ella, añadió, "Ella es Kim, mi hija menor. Somos parecidas, ¿verdad?"

"Ah... ¡su hija! Con razón, ya entiendo."

"Siéntese donde le plazca," invitó su anfitriona. "La comida para el desayuno está en esa mesa" agregó, señalando un bufete rectangular al lado de la puerta de la cocina. "Allí encontrará pan fresco acompañado por diferentes mermeladas, miel, mantequilla o margarina. Si prefiere, hay también fruta, yogur, leche y cereal. Para beber se puede servir café, té, jugo o chocolate. Ah, y hoy tenemos, además, rasquetas y yerba mate. Aparte, le podemos preparar panqueques, huevos revueltos, tortillas, salchichas, un caldo caliente o sopa de miso. ¿Desearía algo de eso?"

"Huevos revueltos con salchichas suena excelente, muchas gracias," respondió el hombre corpulento de lo más contento, anticipando que iba a comer todo lo ofrecido sin escatimar ni una migaja.

"Muy bien," pronunció la Sra. Suon sonriente como de costumbre. "En un ratito se lo preparo," y se fue rumbo a la cocina. "Sé que es muy parecido a alguien, ¿pero a quién?" murmuró para sí misma mientras iniciaba a disponer el pedido de su comensal.

Samuelsen se acercó al mostrador del desayuno, tomó un azafate y llenó tres platos que llevó a una mesita que daba a una ventana de la calle. Siempre buscaba una ubicación con lunas hacia al exterior, no tanto para ver afuera, sino para que lo contemplaran. De esta manera, si pasaba cualquier muchacha, ella tendría la oportunidad de observarlo y alegrar su día con la imagen de un hombre tan guapo como él. Asimismo, si la joven llenaba sus estrictos requisitos de estética, él tendría la ocasión de lanzarle una sonrisa con la que, estaba seguro, ella caería a sus pies y, luego, quizás un nuevo amor..., si bien más tarde tendría que romperle el corazón. Él, Jorgen Samuelsen, no podía pertenecer a una sola mujer; tanta belleza no cabía estar encerrada o restringida, debía compartirse con el mundo.

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